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LA DIGNIDAD [1ª Parte]


El ego busca los honores. Está ávido de consideración. Quiere que se le reconozca su valor y sus méritos. Adora sentir su importancia.

El desprecio, el rechazo, la impotencia, el sentimiento de inutilidad, o de incapacidad, le traumatizan y pueden crear en sus estructuras inconscientes un complejo de inferioridad.

Para el que se desidentifica, los orgullos del ego toman un carácter bastante burlesco. En efecto, ¿qué es un ego?. Un manojo de tendencias psicológicas, más o menos conjuntadas, bastantes mediocres, impermanentes y resultando de una serie de múltiples condicionamientos. Que tal conglomerado puede llevar la batuta, orgulloso de uno u otro de sus componentes manifiesta una evidente y grave pérdida de lucidez.

El ego es el fruto de un error. Este error es el hecho de identificarse con el hombre físico y psicológico.

El error egótico no reside en el sentimiento del yo, sino en la dirección dada a este sentimiento.

Lo que distingue un Sabio de un no Despierto es el hecho de que el sentimiento, o la sensación del yo es vivido por el Sabio de la manera siguiente: “Yo soy uno con Dios”; mientras que la sensación de yo, es vivida por el ignorante en tanto que: “Yo soy este hombre”.

Cambiar la dirección del sentimiento del yo, tal es en definitiva la disciplina esencial del proceso de realización espiritual.

Se puede decir que el ego que se identifica con el hombre es una malformación del Yo transcendente.

El sentimiento del yo, es decir, el sentimiento de nuestra identidad, cuando es sano, contiene el Conocimiento de nuestra naturaleza Transcendente.

En este Conocimiento se siente que nuestro “Yo” es el de la Consciencia Divina.

Nuestro verdadero “Yo” es el de la Realidad única y eterna. El ego es un falso “yo, que resulta del hecho de que nos confundimos con nuestro vehículo, es decir con el hombre.

El falso yo resulta de una malformación del sentimiento de existencia de nuestro verdadero Yo que es Transcendente.

El falso yo contiene los ecos deformados del verdadero Yo.

De esta manera, la búsqueda de honores y el reconocimiento de nuestro valor, constituye al nivel egótico un reflejo deformado y extraviado de la percepción de nuestra grandeza Divina.

El ego es el hijo de un Rey que se toma por un palafrenero. Hay sin embargo en este hijo de Rey, que ha olvidado lo que era, el oscuro recuerdo de su grandeza.

Este oscuro recuerdo incita al pseudo palafrenero a ser considerado y honrado en tanto que palafrenero. Nace así el absurdo del orgullo humano.

El hombre no es más que un pobre e imperfecto vehículo. Un palafrenero no es más que un palafrenero. Hace falta comenzar por comprender esto, y realizar que todo orgullo, toda vanidad, toda fanfarronería sobre el valor humano, es el fruto de un juego aberrante. La mediocridad y la pequeñez humana deben ser sentidas en nuestra vida cotidiana. El hombre es verdaderamente un instrumento bien grosero, torpe e imperfecto.

Sin embargo, cuando hemos comprendido al fin, que no somos este hombre, la dignidad de nuestra naturaleza real nos es restituida.

Un palafrenero pavoneándose en el patio de las cuadras, da risa. Por el contrario la dignidad va bien al Rey que reside en la sala del trono.

Habiendo comprendido que no somos un hombre, debemos igualmente comprender que la búsqueda de honores y de dignidad que aparecen a todo hombre respetable, constituye en el seno de esta enfermedad mental que es la identificación con el vehículo humano, el lejano recuerdo de la grandeza y de la magnificiencia de nuestro verdadero Divino Yo.

Identificándonos con el hombre habíamos perdido el sentido de nuestra realeza, sin embargo permanece en nosotros como un aroma de la percepción de nuestra gloria. A causa de esta reliquia, continuando tomándonos absurdamente por un hombre, tenemos tendencia a sobreestimarnos en tanto que hombre; y buscamos igualmente conceder a este hombre más grandeza de la que le corresponde, inflándole estúpidamente, con ayuda del sentimiento de orgullo. Esta búsqueda de la grandeza, que es tan característica del hombre, no es en el fondo más que una búsqueda sin esperanza
por recuperar nuestra realeza Divina.

Tal búsqueda es sin esperanza, pues el hombre se infla de orgullo, se sienta sobre el trono, se hace aclamar por la muchedumbre, graba su nombre sobre el mármol, y permanece para siempre un pequeño hombre mediocre e irrisorio.

Inflándose de vanidad no se encuentra ninguna gloria Divina que le sea inherente, no hace más que volverse ridículo.

Comprended que la búsqueda de la gloria y del poder, resulta en el caso del hombre una oscura necesidad de encontrar la gloria y el poder del único y eterno Yo Transcendente que es el fundamento de todos los seres.

Sin embargo, durante tanto tiempo como permanezca el sentimiento de identificación con el hombre, esta búsqueda se pierde de una manera radical.

Buscando su grandeza primordial, el hombre identificado penetrado por una necesidad que no se explica, amontonando las riquezas, o coleccionando los honores, en cualquier dominio que sea, permanece en el fondo de él mismo insatisfecho, y finaliza su búsqueda de la grandeza con un gusto amargo en la boca.

El palafrenero puede tejer una corona de junco, poner velos sobre su hosco taburete, y dominar con orgullo los caballos que guarda, pero permanece un pobre palafrenero perdido en un obscuro patio del inmenso castillo del Rey.

Pero si una mañana, los mensajeros del reino vienen a su encuentro para revelarle que es el hijo primogénito del Rey, que nunca ha sido de la casta de los palafreneros, y que el hecho de tomarse por un palafrenero y vivir como un palafrenero es debido a un dramático desprecio que tiene lugar en su pequeña infancia. ¿Qué pasaría entonces?.

Estad seguros que el hijo del Rey aprendería rápidamente a vivir y a pensar como un Rey, y que juzgaría con conmiseración sus antiguos esfuerzos en que tomándose por un palafrenero buscaba darse importancia.

¿No siente usted el frescor de la mañana?. ¿No ve que nos acercamos a usted?. ¿Que os sacudimos la espalda y que os explicamos el misterio de vuestro verdadero origen?.

Vosotros sois el hijo del Rey. En vosotros mismos, por el Conocimiento de vuestra verdadera naturaleza, la Transcendencia engendra sus Hijos. Vosotros sois el Hijo del Padre Eterno. Vosotros sois un Cristo. Vosotros sois un Avatara. Tal es la verdad que es preciso aceptar.

En tanto que hijo del Padre eterno, sois el Califa de Dios. Sois su representante en la Tierra.

Si aceptáis esta verdad, algo en vosotros se exalta, y algo se hace importante. Os volvéis consciente de los deberes que corresponden a vuestro cargo. Os volvéis consciente de vuestra responsabilidad. De vuestra total responsabilidad. Alrededor de usted, una multitud de Hijos de Dios vive en la ignorancia de esta verdad. Usted es portador de la buena nueva.

Quien se despierta recibe un cargo y un depósito Divino. Es delegado junto a los demás, para disipar la confusión en la cual estos se toman por hombres.

Algo se exalta, pues debéis glorificaros vosotros mismos para que Dios se glorifique en vosotros.

Vosotros sois su Hijo bien amado, en quien La ha puesto toda su grandeza.


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