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LA SUPERACION DE LA ESPIRITUALIDAD


¿Cuál es el fin en realidad de la mayéutica espiritual?. Es el de enseñarnos a vivir, simplemente eso.

Nos hacía falta comprender la extraordinaria simplicidad de la vida.

Cuanto más sujetos estemos a la complejidad psicológica de la mente, más difícil nos resultará comprender esto. Y hoy en día, ¿quién no es presa de inútiles complejidades interiores, aunque pretendamos no serlo?.

¿Qué es la existencia?.

Una sucesión de actos en su gran mayoría tranquilos y apacibles: caminar, comer, dormir, trabajar, hablar, eso es todo. No hay nada más. Lo difícil de asimilar de forma perfecta, en toda su profundidad, y con todas sus consecuencias, es que no hay nada más. Para comprenderlo debemos despojarnos de todas nuestras teorías, de todos esos galimatías sin una unión efectiva con la vida real.

¡Pero esto es materialismo!.

Materialismo y espiritualismo no son más que palabras. Nada más que palabras. Mira a tu alrededor y dime dónde se encuentra el materialismo y el espiritualismo. No los verás por ninguna parte. Sobre la tierra hay toda clase de cosas sorprendentes, cada cosa, o casi toda, lleva un nombre y puede observarse. Materialismo y espiritualismo sólo existen en la mente del hombre. En esta pobre mente abarrotada de toda clase de cosas inútiles.

Sin embargo, podemos responder a esta pregunta utilizando palabras que tanto nos gusta. No, no es materialismo, pues comer, dormir, trabajar, hablar no son simples actividades físicas. Son puertas abiertas al infinito. Es un esta apertura al infinito donde reside el Despertar. Y ahí es donde se sitúa toda la diferencia entre el que se ha Despertado y el materialista.

Esta diferencia no es fácil de asir, pues no hay nada exterior que la señale. El que se ha Despertado percibe lo mismo que el materialista. La diferencia no está en lo que se percibe, sino en la mirada con la que nos acercamos a las cosas.

Si buscamos toda clase de explicaciones y teorías filosóficas o religiosas, es precisamente porque no estamos Despiertos. Si lo estuviéramos, la vida en su simplicidad cotidiana nos bastaría para sentirnos colmados, sin importarnos las teorías e ideologías materialistas o espiritualistas, tratándolas como juguetes de niños.

Todas nuestras esperanzas, todas nuestras búsquedas, todas nuestras creencias, todas nuestras especulaciones, son síntomas de nuestra falta de madurez. Son fenómenos de compensación a través de los cuales tratamos de colmar el inmenso vacío que nos habita. Pero las seguridades y las satisfacciones que puedan darnos, serán siempre relativas y, como el judío errante, el hombre buscará indefinidamente mientras no haya logrado el Despertar.

El Despertar no contiene nada de particular. Está producido simplemente por una modificación en el interior de nuestra consciencia.

Las visiones místicas, las percepciones sobrenaturales, los poderes psíquicos, los milagros, todo está bien para los ingenuos. El que ha Despertado no necesita nada de todo eso. Si el príncipe de los ejércitos celestiales se te aparece, ya sea bajo el aspecto de Cristo, de Krishna o de un Bodhisttva, pídele que te encienda el fuego y te prepare la sopa.

No se trata de negar la realidad de estos fenómenos místicos. El espíritu humano, correctamente entrenado, especialmente predispuesto, o intensamente orientado, puede percibir o producir esta clase de cosas. Pero nada de esto tiene que ver con la realidad Suprema, que se encuentra más allá de las visiones, de las apariciones, de las manifestaciones psíquicas, y de los milagros de cualquier clase. La Realidad Suprema no posee ni cuerpo, ni forma, ni sonido de cualquier clase. La Realidad Suprema se manifiesta en todas las cosas. A decir verdad, no hay Realidad Suprema, hay Realidad en su infinitud. Esta Realidad la puedes aprehender comiendo y durmiendo, en el trabajo, con la palabra y en el silencio. Esto, quien ha Despertado lo sabe y lo percibe, por eso su vida es simple. En esta simplicidad, el infinito se refleja y desde entonces, qué otra cosa podríamos desear o buscar.

Cuando sabemos todo esto por experiencia, cuando nos damos cuenta de que dentro de nuestra vida todas las diligencias, todas las aproximaciones, todas las prácticas, todas las especulaciones de la mayéutica y, de cualquier otra forma de espiritualidad, terminan después de un lapso de tiempo más o menos largo, por llevarnos a la vivencia del instante presente. Cuando la totalidad de la mayéutica y de nuestra búsqueda interior terminan por resumirse y condensarse en la mirada que en el instante mismo ponemos sobre las cosas. Cuando esta mirada sobre las cosas, sobre nosotros mismos y sobre lo inconmensurable, no es ni tan siquiera una mirada voluntaria, sino que se ha convertido simplemente en nuestra mirada. Cuando todos los esfuerzos por Despertarnos y espiritualizarnos han sido abandonados dentro de una plenitud cotidiana e inmaterial que los hace inútiles, y en la que hemos perdido todo ardor, toda motivación, toda dependencia, toda pasión por este género de búsqueda. Cuando hablar de la mayéutica, o de la espiritualidad, o de la filosofía, constituye para nosotros un acto totalmente artificial, hacia el cual ya no prestamos el mínimo interés, pues sentimos que todas las palabras que pronunciamos se sitúan al margen de la Realidad, es decir, de la vida en su simplicidad insondable. Cuando aceptamos a pesar de todo y con gusto hablar de todo esto, pues, nos parece necesario para ayudar a otro, pero que todas esas palabras, esas teorías, esas prácticas, están para nosotros vacías de sentido, y son inútiles lastres que se cuelgan los que no saben vivir. Cuando nuestra opinión es todavía más severa hacia los libros, sean los que sean, entonces, para nuestro propio uso, rechazamos la mayéutica como un viejo vestido usado. Rechazamos la filosofía y la espiritualidad, a la vez que comprendemos que todo eso son muletas necesarias para los que buscan. Rechazamos todas las palabras, y todos los sistemas transcendentes, espirituales, religiosos, iniciáticos, esotéricos, filosóficos, metafísicos, etc.
Nosotros nos contentamos con vivir.

A pesar de que nuestra forma de vivir sea la consecuencia de nuestra búsqueda espiritual, hay en ella rechazo de toda especie de búsqueda o de espiritualidad.

Se deja de buscar cuando se ha encontrado. Una vez que hemos cruzado el río para qué queremos seguir llevando sobre los hombros la balsa. La mayéutica, así como cualquier otra doctrina o disciplina o revelación espiritual, es una balsa, nada más.

Comparándola con la vida de los otros, la diferencia radical de nuestra vida, de nuestra forma de abordar la vida, es evidente. Pero para nosotros mismos, es simple y normal, algo natural y espontáneo.

En ese momento, el círculo ha sido cerrado.

Volvemos del gran viaje interior, y volvemos al punto de partida. Toda sabiduría escandalosamente aparente se ha disipado, pues nuestro conocimiento interior ha dejado de ser algo que llevábamos artificialmente sobre nuestras espaldas, para convertirse en parte integrante de nosotros mismos.

Somos un hombre como los otros. Las alegrías y las penas de todos los hombres son nuestras.

¿Dónde está pues nuestra realización espiritual?. Imposible decirlo. Hablar ya no sería designar, sino construir un nuevo sistema ideológico.

No tenemos, por otra parte, consciencia de ninguna realización, simplemente recordamos en otro tiempo haber buscado la espiritualidad, y más tarde haber terminado esa búsqueda. Pero ahora no tenemos la sensación de haber alcanzado nada, o de estar en una cima. Las realizaciones y las cimas forman parte de los sistemas ideológicos. Pero aquí donde estamos nosotros, ya no hay sistemas, y el espejismo de las realizaciones y de las cimas se disipa. Tan sólo está la Vida en su plenitud cotidiana. No hay nada más, pues todo está contenido en ella.

Habiendo llegado al final del camino, nos damos cuenta de que el Despertar, la espiritualidad, la realización interior, la iluminación, y otros términos similares, no son más que palabras, simples palabras.

El sistema de pensamiento de los hombres es tan artificial, que se debe utilizar una denominación cualquiera para designar el estado de aquel que se ha liberado de la artificialidad, y por ello hemos utilizados las palabras como el Despertar, y otras.

Si dijéramos a la gente que la finalidad de la espiritualidad consiste simplemente en vivir, nadie comprendería; mucha gente dirían haber recorrido un camino del que hasta entonces ignoraban la existencia, mientras que otros dirían que dicho camino no existe, o bien que es una ilusión.

Sin embargo, es de vivir de lo que se trata. Pero, y aquí está lo extraordinario, la gente no sabe vivir. Hay que enseñarle.

Aprender a vivir la verdadera Vida.

Para ello debemos, ante todo, darnos cuenta de nuestra impotencia para vivir correctamente, constatar la insatisfacción profunda que tenemos, la maraña de interrogantes que nos hieren.

Entonces, para poner fin a nuestra impotencia, a nuestra insatisfacción, y para responder a nuestros interrogantes, entraremos en el sistema artificial de una espiritualidad cualquiera.

Mientras estemos integrado en dicho sistema, las cosas nos aparecerán de una manera dualista. Existirá lo que es espiritual, y lo que no lo es, lo sagrado y lo profano, lo puro y lo impuro, el estar Despierto, y el no estarlo, etc.

Pero cuando empezamos a superar él o los sistemas espirituales a los que nos hemos adherido, dejamos de ver las cosas de una forma dualista. Todo nos parece espiritual, sagrado, todo puro y divino.

Así nos olvidamos de lo que pueda ser eso de espiritual, sagrado, puro, Divino. Del mismo modo que el propio avanzar en el Despertar nos hace interesarnos menos por él, y por la realización o iluminación.

Cada vez más nos resulta suficiente la vida en su simplicidad, vemos cómo lo contiene todo, y todo lo engloba.

Así, la necesidad de penetrar en los sistemas artificiales de la espiritualidad se acompaña con la necesidad de llegar a superar dichos sistemas.

Hay pues un problema cuando los sistemas en cuestión no contienen su propia superación, pretendiendo ser un fin en ellos mismos, o bien cuando el individuo no es capaz de romper sus ataduras engañosas.

A medida que salimos de los sistemas ideológicos, la gran ignorancia que teníamos, nos llena de incredulidad. Esta incredulidad se convierte en estupor ante la ignorancia que pesa sobre los hombres.

Después nos habituamos a este estado de cosas, mientras que nos damos cuenta de que el Despertar, la Iluminación, la realización espiritual, no existen. No son más que palabras destinadas a ayudarnos a salir de la ignorancia. Ahora ya no tenemos necesidad de palabras.

¿Qué nos queda?.

La vida, la simple vida infinita. La vida profunda, sin preocupaciones, sin arrepentimientos, sin ataduras del pasado, sin angustias por el futuro. La vida en su maravillosa plenitud de los días que pasan.

Así es verdaderamente, cuando saltamos al otro lado del muro, el muro deja de existir, y sabemos que el Despertar y la espiritualidad no existen.

El Despertar y la espiritualidad son una ilusión que ayuda a perforar el muro de las ilusiones.

¡Que así sea también para ti!.

Vivir es existir y todo lo que existe participa del Ser de quien no podemos decir nada. Así, la búsqueda espiritual termina en un conocimiento totalmente informulable, que es negación de toda clase de formulación.

Así vemos que las nociones de Dios, de la espiritualidad, de la iniciación, son intrínsecos al estado de ignorancia en el que estábamos.

Pero cuando terminamos por saber profunda, verdadera e integralmente que sólo el Ser es, no queda más por decir, y todo concepto es falso.

No queda ningún sistema por seguir, o por profundizar, o por crear, y permanecemos en paz, dentro de la manifestación existencial que es la nuestra.

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