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LO INMUTABLE



Permaneced tranquilamente sentados mientras que se desarrolla la vida cotidiana de nuestro hogar. Quizás nuestros hijos estén jugando, y quizás haya música, etc.

Permaneced así, contemplando el espectáculo existencial. Este espectáculo hecho de percepciones visuales, de sonidos, de olores, de pensamientos. Estas percepciones son las de todos los días, pero constatáis que por el hecho de saber que son un espectáculo y de prestar una atención particular a su espectáculo global, estas percepciones están acompañadas de un sabor interior particular, sutil e indescriptible.

Existe, en el instante que describimos, una intensidad específica de la consciencia. Esta intensidad es una presencia apacible. El espectáculo no está solo, existe un espectador. Por costumbre, los sucesos cotidianos absorben nuestra atención, nos sumergen en ellos; pero se puede salir a la superficie y nadar en su sabor. Y constatar que se modifica la perspectiva con una mirada apacible y desapasionada. Todas estas percepciones, la habitación, los ruidos, las personas, las preocupaciones e inquietudes eventuales, todo lo que era vuestra vida, se vuelve el espectáculo que contempláis. Percibir en este momento que la vida es un espectáculo, es la primera experiencia a la que es preciso llegar. Es muy simple, sentaros y mirad.

No hagáis nada, el hacer es espectáculo, contentaros con mirar, con ver con intensidad; mirad el espectáculo del cuerpo, que él mismo ve el espectáculo del mundo y forma parte de él. Contemplad el espectáculo de los pensamientos que van y vienen. Permaneced sentados, dejad que poco a poco una inmensa paz y tranquilidad descienda a vosotros. Volveros una simple mirada. Sentiros existir como consciencia presente y atenta.

Cuando uno se vuelve apacible, atento y silencioso, la consciencia deja de estar acaparada por las percepciones. Un distanciamiento aparece. El que percibe y el que es percibido se vuelven distintos. Comprended esto, ya que habiéndolo comprendido lo constatáis. Cuando os volvéis apacibles y silenciosos, podéis existir como consciencia espectadora. Sois, entonces, un espacio interior atento y lúcido, existís vosotros, existe este espacio y existen las percepciones. Las percepciones del mundo, las percepciones del cuerpo y las percepciones de los pensamientos.

Esta toma de consciencia contiene una desidentificación espontánea, sea o no formulada mentalmente: os sentís distinto de todo lo que percibís. Es la primera etapa. Esta primera etapa contiene en ella misma tres grados. Grados que el debutante debe abordar en una sucesión apacible. El primero consiste en ver el mundo exterior como espectáculo. El segundo, mirar al cuerpo sentado como siendo él mismo un espectáculo. El tercero contempla los pensamientos como formando parte del mismo espectáculo.

Cuando el mundo exterior y el cuerpo físico se perciben como un espectáculo, uno se siente existir como un espíritu pensante. Tal toma de consciencia no es liberadora, es preciso ir más lejos, ser aún más apacible y atento, hasta constatar que los pensamientos forman parte también del espectáculo. Este espectáculo tiene un lado luminoso y un lado sombrío. El lado luminoso es el de las percepciones visuales. En cuanto a los pensamientos, se mueven en el otro lado del tejido fenomenal. El lado sombrío es el de la oscuridad en donde se desarrollan los pensamientos humanos.

Aprended a percibir la existencia interna y externa como un espectáculo global, y profundizad en las consecuencias de esta comprensión. El apego se produce cuando la consciencia es arrastrada por las percepciones humanas, debido a ello se encierra en las percepciones, y al estar encerrada por ellas, se identifica con lo percibido por un fenómeno de integración. Esta integración provoca una fijación del sentimiento de existencia al nivel humano, que se traduce por la formulación mental “yo soy un hombre”.  Debido a esta identificación, se teme lo que el hombre teme y se desea lo que el hombre desea. Sin embargo, cuando mi consciencia no está cautivada por el espectáculo del mundo exterior ni del interior, me percibo como siendo distinto de las percepciones, al percibirme distinto, los deseos y los miedos del hombre no son míos, son simple modalidades del espectáculo. Espectáculo que Yo, pura Consciencia, contemplo con indiferencia perfecta.

Cuando los deseos y los miedos del hombre son vividos como espectáculo, no tienen raíz. Y no tienen raíz, pues la profundidad de la Consciencia del yo-mismo permanece inafectado. De ello resulta una transformación involuntaria a nivel de las reacciones del hombre. Los contenidos del espectáculo se modifican cuando la consciencia permanece espectadora.

Los deseos y los miedos del hombre pasan ante mi mirada intemporal sin encontrar un sitio donde agarrarse resultando un desapego integra. ¿A qué podría agarrarse cuando todo es percibido como un espectáculo?.

El mundo no le parece real más que aquel cuya consciencia está cautivada por el mundo. Cuando el espectáculo me cautiva olvido quién soy, y me identifico con el protagonista. Al identificarme con el protagonista, surge la angustia. Me imagino perder algunas cosas y ganar otras, pues me encuentro en el interior del sueño.

Permaneciendo como espectador, comprendo por experiencia, que la vida humana no es más que un tejido de percepciones. La sucesión ordenada de estas percepciones forma el gran sueño de la existencia. Es un sueño recurrente que recomienza todas las mañanas pero que no es más que una fantasmagoría desnuda de toda realidad profunda.

Sobre todo no toméis esto como una afirmación especulativa. En el momento preciso en que os sintáis ser el espectador inmaterial del mundo exterior e interior, percibís que el mundo en su conjunto es irreal, que no es más que un espejismo proyectado sobre la pantalla sin fondo de la consciencia.

El mundo no aparece real más que a aquel que se encuentra en el interior del sueño. Cuando salís de este sueño, cuando os Despertáis a vuestra realidad profunda, percibiendo que sois consciencia espectadora, que no está insertada en la trama de las percepciones, la irrealidad del mundo será para vosotros una experiencia evidente.

No discutáis sobre la irrealidad del mundo, aprended a percibirla. Dejad el uso sin fin del verbo a los filósofos estériles. Desarrollad en vosotros una sensibilidad meditadora, esta sensibilidad meditadora nace en el seno de una tranquilidad muy grande, cuando ya no sois más que una consciencia atenta al contenido del instante presente.

Ved el error de los ascetas que, sumergios en el sueño, luchan contra el sueño mismo. El desapego es una dulce realidad para quien se siente existir como pura Consciencia.

¿A qué apegarse cuando se ve que el cónyuge, los niños, la casa, no son más que elementos del sueño que se desarrolla ante nuestra intemporal consciencia?.

Se puede soñar todo sabiendo que se trata de un sueño. Tal es la actitud que debéis buscar adquirir en el seno de la vida cotidiana. Vivid cada día como el peso de un ensueño unido a ensueños precedentes. Una gran dulzura se instalará en vosotros. Percibiendo el ensueño de los días, percibiendo al hombre actuar y pensar en este ensueño, os mantendréis interiormente en una paz perfecta.

Consideremos que habéis alcanzado la primera etapa. El hombre está tranquilamente sentado con un libro delante de él y os sentís existir como presencia inmaterial y consciente. Sois algo impalpable que, al mismo tiempo, percibe el mundo de las cosas y el mundo de los pensamientos.

Existís y os sentís  ser vuestra pura existencia. Percibís el simple hecho de Ser, que es una evidencia generalmente ignorada y que permanece detrás de las percepciones físicas y mentales.

Es la primera etapa: estáis atento a lo percibido y sentís, quizás confusamente, que algo percibe.

La segunda etapa consiste en dirigir la atención sobre el que percibe. Se puede llegar a ello preguntándose, ¿quién soy yo?. ¿Quién soy yo, que en este mismo instante percibe el mundo exterior, el cuerpo y los pensamientos?.

Evidentemente no puedo ser lo que percibo, soy necesariamente aquel que percibe, entonces ¿quién soy yo?.

Yo soy el que percibe, pero ¿quién es el que percibe?. ¿Cuál es la naturaleza de este testigo del mundo físico y del mundo psíquico?.

No se puede responder mentalmente a esta pregunta, ya que todo pensamiento no hace más que inscribirse en el seno de lo percibido. No se puede responder a esta cuestión más que tanteando una sensación interna, quizás imprecisa al principio.

Dirigiendo toda mi atención sobre lo que soy, cuando me sienta ser espectador, interiorizándome de forma que, poco a poco, la percepción de lo que soy responda a la pregunta, ¿quién soy yo?.

Yo soy consciencia ligera y pura, pero no soy la consciencia de eso o de aquello. Yo soy la consciencia en sí misma, y esta consciencia en sí misma es un vacío, un infinito. Dirigiendo mi atención hacia ella, me siento volverme inmenso. El universo entero no es más que una esfera efímera que surge en este vacío sin fondo.

Yo soy eso. Esta Realidad sin límites, impalpable, inconmensurable, inefable. Yo soy ese vacío consciente lleno de beatitud que supera a la alegría. No tengo ni forma, ni contorno, ni movimiento. Lleno la totalidad del abismo. Soy totalmente inmaterial e intemporal. Yo soy eso, que los que están sumergios en el sueño han llamado Dios, pues presentían oscuramente una presencia infinita y englobante.

Yo no soy ni un hombre, si un alma, ni un espíritu encarnado o desencarnado. No tengo ni nacimiento ni muerte, ni cuerpo físico, ni cuerpo psíquico. Soy la plenitud sin fin del vacío eterno. Soy Ser Puro, Consciencia pura y suprema Beatitud.

Habiendo comprendido esto, poseyendo respecto a esto un conocimiento firme y verdadero, presto de nuevo atención al mundo que había olvidado. El espectáculo de lo cotidiano continúa desarrollándose.

Percibiendo todo esto, constato que detrás del espectáculo del mundo, el vacío sin fondo permanece. Entonces, me levanto, hago la comida, hablo con los niños, y durante este tiempo la inefable plenitud permanece.

Poco a poco al cabo de los días y gracias a una voluntad apacible y perseverante, sostenida por momentos de cotidiana meditación, me doy cuenta de que puedo permanecer consciente del vacío en cada instante. Ninguna clase de actividad puede separarme de Él. Él permanece constantemente presente y su percepción e inmersión en Él, constituye tal beatitud, que ya nada más podrá ser deseado.

Este es el trabajo al que estáis convidados: por medio de la meditación descubrís vuestra eterna naturaleza profunda y aprendéis a sumergiros totalmente en Ella. Por medio de una voluntad, una aspiración y un recuerdo constante, esforzaros en permanecer así todo el tiempo posible, en múltiples ocasiones y en cualquier actividad humana, conscientes de vuestra Realidad Transcendente.

Para meditar es suficiente con sentarse y volverse el espectador. La meditación con los ojos cerrados ayuda al debutante a nadar mejor en el vacío, pero no es preciso limitarse a esta práctica, pues la meditación con los ojos abiertos, tiene como inestimable ventaja permitiros constatar que el vacío está perpetuamente presente y que no es necesario dejar de percibir el mundo y detener el mental para sumergirse en su Realidad.

En cada instante existe el vacío y existen las percepciones. Esto es lo que es preciso constatar para no estar separado del vacío. Llegar al vacío dejando de percibir el mundo y deteniendo los pensamientos es una vía restrictiva. El vacío permanece, piense o no piense el hombre. Permanece sean dolorosas o agradables las percepciones físicas. Permanece durante el sueño profundo, el sueño o el estado de vigilia. De esto es preciso tomar consciencia.

Aprended pues a percibir el vacío en el seno de todas las actividades. Poco a poco sabréis, cada vez más claramente, que el hombre se mueve, actúa, se desplaza y piensa, mientras que vosotros permanecéis inmutable, en vuestra plenitud impalpable.  


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