Translate

La formación pedagógica


Perspectiva general.             
Resulta evidente que la perennidad de la difusión iniciática de la Enseñanza de nuestra Cofradía descansa sobre el hecho de que un cierto número de personas habiendo recibido la iniciación lleguen a ser instructoras a su vez.
Pero para llegar a ser instructor no basta con desearlo, hay que haber recibido una formación especial, llamada “formación pedagógica”, haber demostrado en ella las aptitudes requeridas, y haber, al final de la recepción de esta formación, pasado con éxito las “pruebas de control”.  


Accesibilidad.             
Toda persona, hombre o mujer, habiendo progresado hasta el nivel de la Gnosis englobante puede comenzar una formación pedagógica. Al final de esta formación, y cuando su recepción iniciática del Gnosticado haya acabado, podrá asumir la función de instructor.    

            
Naturaleza de la formación pedagógica.
Esta formación es individual; concierne al conocimiento doctrinal y al conocimiento de las distintas prácticas espirituales.  
Cada uno realiza esta formación al ritmo que desea. El aprendiz-instructor aprende a contestar a una serie de preguntas doctrinales fundamentales y de cuestiones prácticas, apoyándose en los documentos que le hayan sido entregados. Cada vez que haya asimilado al menos cinco preguntas, toma contacto con su instructor-formador para exponerle oralmente lo que ha aprendido. Estos desarrollos tienen lugar en el curso de encuentros entre el aprendiz y su formador o bien, en su defecto, por Webcam. Cuando una exposición resulte insuficiente o errónea, unas explicaciones, y si se revelase necesario, unos documentos suplementarios, se dan al aprendiz instructor, que deberá volver a exponer el tema en otra oportunidad.       

Cuando todas las preguntas prácticas y doctrinales hayan sido correctamente desarrolladas, la formación acaba con las “pruebas de control” que sólo pueden efectuarse en presencia física del instructor formador. En primer lugar, se comprueba un conjunto de aptitudes rituales, y luego hay una serie de duelos oratorios en los cuales el aprendiz instructor debe transmitir la Enseñanza, evitando las trampas y los argumentos contrarios que el instructor formador le opone.                                    
La formación pedagógica habiendo acabado, un instrumento humano de transmisión adecuado ha sido forjado.    
     

Ayuda encontrada por el hecho de ser instructor.             
Para todos aquellos que, después de haber acabado la recepción iniciática, sintiesen el deseo de transmitir lo que han recibido, el hecho de seguir la formación requerida, y luego de ser instructor, constituye una extensión de la iniciación.          
Ser instructor, cumplir con esta función, constituye una poderosa ayuda respecto a la propia realización del instructor cuando ésta sea incompleta.     
En efecto, al transmitir una ayuda espiritual que pasa a través de él, el instructor está él mismo impregnado por esta influencia que remata su Obra en él. 


El deber de transmisión.          
En nuestra estructura, asumir el papel de instructor no significa subirse de manera indebida a un pedestal; no se trata de “jugar al Gurú” en medio de espíritus crédulos como lo hacen algunos. Consiste sencillamente en ayudar a los demás a entrar en el Sendero. 
Aquellos que han recibido deben a su vez dar. Los bloqueos y los estancamientos que sobrevienen en personas espiritualmente avanzadas son a menudo la consecuencia de una ausencia del don de sí mismo a los demás.    
Emprender la formación pedagógica y luego constatar que no tenemos las aptitudes requeridas es una cosa. Otra cosa es no emprender esta formación por pereza, o bien  por considerarse no apto, cuando ni siquiera se ha intentado asumir esta formación. ¡Pero poco importa! Cada uno cosecha los frutos de su actitud.   
Existe para todos aquellos cuyas aptitudes se revelan en la formación pedagógica, el deber moral de llegar a ser instructor. Porque nuestro mundo tiene una necesidad dramática de instructores espirituales cualificados, sinceros y desinteresados.  
Para darse cuenta de ellos, basta con mirar a nuestro alrededor. De ver en primer lugar la proliferación de enseñanzas pseudo espirituales; algunas difundidas por gente sincera, pero ilusionada y otras por timadores.  En segundo lugar, nos consta la exacerbación de los sectarismos e integrismos. Finalmente, podemos hacer el recuento, en todas las tradiciones, de los que logran llegar a cierta altura pero que se quedan en el nivel exotérico y no profundizan en los arcanos de su propia tradición.      
El mercado de lo espiritual es ciertamente próspero, pero si se hace el balance de todo eso, constatamos que el número de los que proponen un sendero auténticamente esotérico, abierto a todos sin distinción y en un marco de comprensión universal, es muy reducido.                       
Por otra parte, no olvidéis una Ley fundamental: el que no da, no recibe lo que le es necesario.                

Interrogación sobre la capacidad a ser instructor.         
Algunos se hacen esta pregunta; “¿soy digno yo, soy apto para ser instructor?” 
Tal interrogación se formula en la mente de personas sinceras. Esta clase de personas es evidentemente muy superior a los pretenciosos que se imaginan llegar a ser instructor en razón de su excepcional elevación espiritual. Sin embargo, no es porque esta gente sea sincera que tenemos que escatimar nuestros reproches.
A estas “personas sinceras” les decimos: “vuestra duda, por su naturaleza misma,  está mancillada de orgullo, porque no se trata de vuestras capacidades personales para ser instructor. Se trata de vuestra capacidad a poneros en manos de la Potencia divina (Shakti) y a dejaros utilizar por ella.           
Para toda persona lúcida, la situación es la siguiente: si yo tuviese que hacer un balance de mis aptitudes, y si la conclusión de este balance fuese positiva, esto probaría que no soy capaz de llegar a ser instructor, porque significaría que estoy enfocando esta función respecto a mis propias capacidades.  
Importa entender que lo que es maravilloso en la función de instructor espiritual, es que la Potencia divina, con una gente tan mediocre como nosotros, pueda realizar unas cosas muy bellas, ayudar a las personas y llevarlas a la Realización.         
A la luz de esta maravilla, pasa a ser una cuestión secundaria la interrogación, únicamente humana, preguntando si “yo mismo”, como instructor, voy a lograr en esta vida una vivencia constante de la suprema Gnosis (Prajnâ), vivencia constante que me dará las aptitudes perfectas para la enseñanza.
No soy yo, son los demás quienes son importantes y a partir del momento en que, como hombre, persevero en el Sendero de una vivencia cada vez más constante, tengo las aptitudes para llegar a ser el instrumento de la Potencia divina. Se desprende de ello que toda persona que haya acabado la recepción de la iniciación y la formación pedagógica puede llegar a ser instructor.               
Es precisamente porque la eficacia de nuestro papel descansa en la acción de la Potencia divina, que la función de instructor debe ser asumida de manera impersonal, sin ponerse de realce. Se debe insistir sobre el hecho que todo depende del trabajo personal del practicante así como de su capacidad de apertura y de abandono a la Potencia divina misma.           
Nuestra Senda es una Senda de lucidez. Mentirse a sí mismo, lo que va unido en  general a una tendencia a sobreestimarse, es algo grave. Hay que saber exactamente dónde estamos y ser conscientes de todo el trabajo espiritual que nos queda por hacer. Pero hay que saber también que la potencia divina utiliza unos instrumentos mediocres para realizar milagros.
Por otra parte, lo que cuenta no es el instructor, sino lo que transmite.
¿Cuáles son las motivaciones por las cuales una persona emprende la formación pedagógica que hará de él un instructor?
Hay forzosamente, si analizamos las cosas, unos aspectos egóticos en su motivación, unos aspectos de “compensaciones psicológicas”. ¡Pero poco importa! Eso hace parte de la imperfección humana.                                
Lo que es cierto es que, al seguir con la práctica personal y al asumir el papel de instructor, la persona, de manera involuntaria, recibirá una ayuda importante para su propia progresión hacia la vivencia constante. Se desprende de ello que las motivaciones egóticas que podían existir al principio desaparecerán poco a poco.            
¿Cuáles son los motivos por los cuales uno tenga que llegar a ser instructor? 
En primer lugar, está el hecho de haber recibido la iniciación, y en segundo lugar, el de ser capaz de asimilar la formación pedagógica. Pero existe también la toma de conciencia de una “llamada” que nos incita a ayudar a los demás.
Eso es todo. 
En cuanto a la imperfección humana del instructor, no constituye un problema fundamental en la medida en que éste sepa abrirse a la Potencia suprema.                   
Todos los instructores son la Realidad única y cada instructor se sitúa a un nivel de Realización diferente. Porque el “nivel de Realización”, o de integración en la vivencia de la Gnosis, concierne al hombre y no al universal Sí, a la Identidad universal que se sitúa más allá de las limitaciones humanas.
Así, en la medida en que el instructor tiene conciencia de su imperfección, en la medida en que sabe que, a pesar de sus imperfecciones, es sólo un instrumento para enseñar el camino de la Perfección suprema hacia la cual él mismo camina y que se asimila a la vivencia constante de la Suprema Gnosis (Prajnâ), sus aptitudes para el cumplimiento de su función de instructor son perfectas. Tiene la suficiente capacidad que se necesita para indicar a los “buscadores de la Verdad” el camino de la vivencia constante, ya que él mismo está progresando en este camino.
Así, imaginemos que un instructor descubra que permanece en él un ego espiritual, o bien un resto de ego espiritual. ¿Dónde está el problema?     
El mero hecho de iniciar un Sendero, que se trate del Sendero de la iniciación, o bien del Sendero de la transmisión, implica en su origen una motivación espiritual. Es sólo al término de un proceso de evolución que las cosas son hechas “sin porque”, en la pura espontaneidad de una liberación de energía que no conoce ninguna motivación humana.                 
El ego espiritual de un instructor importa poco, ya es una reliquia del pasado. No cabe esperar su desaparición total antes de haber empezado la formación pedagógica, ni siquiera antes de enseñar. Pero el hecho de enseñar acelera esta desaparición, porque el Sendero de la transmisión es un Sendero que implica una progresión hacia las alturas.           
¿Qué se debe hacer frente a un ego espiritual?
Sobre todo, no hay que intentar echarle, ni luchar contra él. Sencillamente, hay que mirarle. Porque “mirar”, para toda persona que haya asimilado la Suprema Gnosis  (Prajnâ), mirar al ego y a sus eventuales manifestaciones, es decir a unos pensamientos particulares ligados a motivaciones egóticas, “mirar”, significa automáticamente, en un instante, comprender el carácter irrisorio y mezquino de sus motivaciones. Mirándolas, ya estamos libres, porque nuestra Identidad, es el que mira.
Por esta “mirada” todas las motivaciones del ego espiritual pierden poco a poco su fuerza.
No se trata de cultivar unas “buenas motivaciones”, entre las cuales la compasión tendría evidentemente el primer lugar. Aún sería una fabricación.  
No se trata de decir, de imaginarse, que un instructor debe ser alguien muy generoso, que consagra su vida a los demás por estar lleno de compasión. Eso es precisamente lo que constituye un ego espiritual.
¿Cuáles son entonces las virtudes que se piden al hombre para cumplir con su papel de instructor?                
La verdad en este punto, es que no se le pide nada.       
El hombre no es más que un pequeño instrumento; todos los pensamientos de motivación, que sean mezquinos y egocéntricos o sean compasivos y altruistas, no son más que pequeños pensamientos sin importancia.      
                                                        
Somos el Testigo inafectado de la mediocridad humana.

Todo lo que se le pide al hombre, es cumplir con su trabajo de  práctica espiritual y de transmisión, pero no se le pide ninguna virtud particular.                           

Los que quieren tener un gran corazón generoso, lleno de compasión por una multitud de seres, cultivan los barrotes de la trampa de la identificación con el hombrecito. Por la acidez de la mirada de la suprema Gnosis, todo eso es disipado, como la bruma al levantarse el sol.
¡Eso es lo se puede decir a los egos que quisieran jugar al instructor!                        
Al contestar a esa interrogación,  hemos considerado las razones, no egóticas, por las cuales es lógico ser instructor. Pero una vez que hayamos entrado en la formación pedagógica, estas razones deben desaparecer. Porque como hemos dicho: “las cosas se hacen sin porqué”. Si la transmisión se produce, no es a consecuencia de debates interiores ni de reflexiones. Se friega la vasija porque hay platos sucios en el fregadero. ¡No hay necesidad de reflexión! Si os tenéis que cuestionar: “¿Realmente, soy yo el que tiene que fregar, teniendo en cuenta mi estatus existencial?” ¡Vuestra mente está enferma!                                                                 
La condición humana es un amplio fregadero lleno de vajilla sucia.                   
Las cosas se hacen porque una forma particular de energía impersonal está en acción. La energía que engendró la búsqueda espiritual se torna en una energía de transmisión espiritual. No hay en esto ninguna entidad personal. Entonces, interrogarse sobre vuestras capacidades, es cultivar la ignorancia metafísica (avidya).          

    
Las cualidades requeridas para ser instructor.             
Como ya hemos visto, no se trata de hacerse preguntas sobre las capacidades personales que tenemos para llegar a ser instructor. Lo que hace falta, es constatar la presencia o la ausencia de esas cualidades
Para hablar concretamente, si el instructor os ha propuesto seguir la formación pedagógica, o si vuestra solicitud de formación pedagógica ha sido aceptada, y si durante dicha formación os reveláis capaces de la asimilación necesaria: hay adecuación entre el instrumento humano y la estructura pedagógica.         
Que aquéllos que, en razón de una sinceridad y de una lucidez que les permite ver todo lo que le falta al hombre, piensan que no son aptos para cumplir con la función de instructor se tranquilicen. Por lo contrario, ellos poseen las aptitudes fundamentales necesarias. Digamos las cosas claramente: para ser un buen instructor, se requieren cuatro cosas: 
Unos conocimientos, pero para esto está la formación pedagógica. 
Una voluntad de fidelidad para con la Enseñanza. 
Una lucidez respecto a las imperfecciones humanas del instrumento utilizado para la transmisión.          Un abandono confiado a la Potencia divina. 


Observación. 
Aunque eso no concierna a la persona que emprende el proceso iniciático y a quien esta “Carta abierta” está dirigida, nos hemos extendido sobre los pasos por los cuales se puede llegar a ser instructor, por dos razones:
Por una parte, estas observaciones aclaran de manera más precisa el marco pedagógico en el cual nuestra enseñanza se transmite.
Por otra parte, al especificar cómo debe ser el proceso espiritual de los futuros instructores, damos de este modo unas indicaciones sobre el espíritu de la Enseñanza que pueden ser de utilidad para los pasos de los principiantes.       

            
Petición de formación pedagógica.           
El instructor que os transmite la iniciación puede proponeros entablar la formación pedagógica, pero toda persona que haya recibido la transmisión de la etapa de la Gnosis trascendente puede, de su propia iniciativa, hacer una petición de formación pedagógica.   
No se contesta necesariamente de forma positiva a esta solicitud. El instructor que ha realizado la transmisión iniciática, y luego el que asuma la formación pedagógica (a veces es la misma persona, a veces son dos personas distintas) puede dar dos tipos de respuesta:              
La primera es: “de acuerdo, empecemos esta formación y veremos en el curso de ésta si el instrumento humano tiene las aptitudes requeridas”.
La segunda es: “seguid con vuestro trabajo espiritual, ya veremos luego”.
La segunda respuesta no es una negativa definitiva, porque nadie conoce las capacidades de transformación de un individuo, pero “más tarde” puede referirse a algo que sobrepase la encarnación presente.                    
Cuando un instructor, o un formador habiendo contestado “más tarde” a una persona, constata luego una transformación que haga factible dicha formación, él mismo indicará a esta persona que el Sendero de esa formación se abre ante ella. 

Comentarios