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La ausencia de correspondencia seguida


Tiempo disponible. 
La escasez de tiempo libre del cual disponen los instructores no les permite mantener una correspondencia postal, telefónica o electrónica seguida con las personas interesadas por la enseñanza ni con las personas que están recibiendo la iniciación.       
Por las mismas razones, las respuestas a ciertas peticiones pueden a veces tardar bastante en llegar.
Cada uno tiene que recordar que no es el único en el mundo y que los instructores hacen lo que pueden. 
A veces la paciencia es la primera puerta por la cual hay que pasar. 


Impersonalidad de la Enseñanza.              
Los instructores no mantienen ninguna comunicación regular por vía postal, electrónica o telefónica, con las personas interesadas por la enseñanza, ni tampoco con los que están practicando la disciplina espiritual transmitida.
Establecer unas comunicaciones regulares constituiría una inversión de tiempo muy importante y sólo producirían unos resultados espirituales muy escasos. 
Por otra parte, unas comunicaciones regulares derivarían rápidamente hacia el “apoyo psicológico” y la dependencia, mientras que la enseñanza debe incitar a cada uno a crecer en fuerza e independencia.
Finalmente, la impersonalidad requerida en el terreno iniciático implica la existencia de una distancia entre instructores y practicantes. 


Advertencia a los parlanchines.        
Existe en Internet y en otros lugares, una serie de parlanchines inveterados. Están los que sólo buscan la polémica y la provocación y los que sólo piensan en propagar sus pequeñas ideas personales. No tenemos nada que decirles. Si toman contacto con nosotros, no serán atendidos. Proponemos establecer una relación únicamente con personas que deseen sinceramente recibir la enseñanza y trabajar sobre ellos mismos.  
El instructor no es un confidente y aún menos un confesor; su papel consiste en « instruir », en « dar instrucciones » permitiendo a la persona liberarse, por ella misma, de los velos de la ignorancia.         
Escuchar pasivamente a la gente “contar su infortunio” y sus “dificultades”, escucharla compadecerse de sí misma, no es asumir correctamente el papel del instructor.  
Cierta frialdad, la del acero, es necesaria para ayudar a “cortar los lazos”. 
Conclusión práctica:                    
  • No intentéis hacer de vuestro instructor un confidente.
  • Pero confiad en él con toda sinceridad.
  • Exponedle vuestras dificultades, pero no con la intención de suscitar la compasión. Esperad de él la recepción de una enseñanza liberadora. 
  • El instructor no es un confidente.          

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