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EL CONOCIMIENTO DE DIOS


Es a través de Dios como podemos conocer a Dios.

En tanto que humanos nos es imposible conocer a Dios sino a través de espejos deformantes y limitativos de la mente.

En tanto que Consciencia pura nos es posible conocer a Dios verdaderamente.

La Consciencia pura, que constituye la quintaesencia de nuestra individualidad, es la Consciencia pura del Ser Divino. Sus naturalezas son idénticas, pues sólo hay una consciencia, que impregna la creación y la transciende. Para imaginar esta verdad se ha dicho que estamos hechos a imagen de Dios. Y en efecto, es por la presencia de Dios en nosotros por lo que Dios puede ser conocido. Es por la pura consciencia individual como la Consciencia del Ser Universal puede ser conocida.

Nuestra esencia, que es pura consciencia, es idéntica a la naturaleza de Dios, que es la pura consciencia del Ser. Al nivel de la esencia somos uno con Dios. Al nivel de la manifestación cósmica, somos un foco de consciencia individual encendida en la consciencia del Ser.

Dado que no hay más que una consciencia, la del Ser Divino, y que esta consciencia es de una forma fragmentaria nuestra consciencia, Dios puede ser conocido por el hombre.

Cuando la consciencia individual establece su atención en la percepción del mundo de una forma exclusiva en relación con la Transcendencia, estamos en estado de pecado, y nos encontramos separados de Dios.

Cuando la consciencia individual establece su atención en la contemplación de Dios, estamos liberados del pecado, entramos en el reino de Dios y participamos de su gloria en una unión beatífica.

En consecuencia, debemos concentrar nuestra atención en la omnipresencia del Ser Divino. Esta concentración de la atención en Dios debe realizarse en todo instante en el seno de la vida cotidiana. Debemos instalar esta concentración como un hábito estable, una práctica regular sin sufrir grandes interrupciones. Esta concentración de la atención en Dios no necesita ningún aislamiento. Su realización no debe impedirnos llevar a cabo nuestras tareas habituales.

No confundamos la concentración de la atención, con la concentración del pensamiento. Se trata de orientar la atención hacia la Realidad Transcendente, de forma que provoquemos el estado de consciencia particular que acompaña a la percepción de esta realidad. Concentrar el pensamiento en Dios sería pensar en Dios, es decir, mantener fijamente una concepción de Dios. Evidentemente no se trata de eso.

Concentrar la atención en Dios es, independientemente de las acciones realizadas, y más allá de las palabras y de los pensamientos, contemplar silenciosamente la inefable y constante presencia del Ser en sí. Contemplar, es decir, permanecer consciente de esta Suprema Realidad. Debemos permanecer Despiertos a esta presencia y no sucumbir en la inconsciencia de la Transcendencia. Esta inconsciencia sobreviene cuando la atención, cautivada por la fantasmagoría del mundo fenomenal, le vuelve la cara a Dios.

Por medio de la desidentificación y el desapego rompo las lianas que encadenaban mi atención a la individualidad humana y al mundo en el que ésta evoluciona. Por medio de la concentración de mi atención sobre lo inefable, que se encuentra detrás de las manifestaciones fenomenales de las que me desidentifico y me desapego, arraigo mi individualidad en la percepción disolvente de la Realidad Divina.

Cuanto más intensa y lúcidamente percibo a Dios, más fácilmente olvido mi individualidad. Cuanto mayor es el olvido de mi individualidad, con más fuerza se disipan las ilusiones en las que reposa su existencia.

Sólo después de haber sobrepasado completamente la noción del yo individual, podremos unirnos místicamente con Dios.

Cuando Dios se nos aparece como la única Realidad, todo el resto no es más que un sueño pasajero. Al conocer a Dios comprendo la inexistencia de una entidad individual. En realidad existe la ilusión de una realidad individual, pero no es más que una ilusión.

Conocer a Dios es pues perder nuestra vida individual. Es perderla disipando la ilusión de su existencia. Dándonos cuenta de que sólo Dios existe.

Perder nuestra vida individual por el conocimiento de Dios, es vivir en Dios. De esta forma intercambiamos la tierra por el oro. Perdemos lo individual y lo impermanente para encontrar lo universal e inmutable. Quien pierde por Dios el sentimiento de su vida terrestre, encuentra en Dios la percepción de la vida Divina.

Percibid el mundo fenomenal, pero no dejéis que vuestra atención sea acaparada por las percepciones, los sentimientos y los pensamientos que surjan. Contemplar a cada instante el extraordinario milagro y la fantástica maravilla de la Divina presencia. Que la muerte sea para ti el fin de una limitación y un aumento de la eterna percepción transcendente en la que quedará sumergida tu atención.

EN EL SILENCIO, VE HACIA EL SILENCIO
EN LA ALEGRÍA, VE HACIA LA ALEGRÍA
EN LA INTEMPORALIDAD, VE HACIA LO INTEMPORAL
EN EL MAS ALLÁ DE TODO, VE HACIA EL MAS ALLÁ.