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LA FE

Si consideramos que nuestra fe es el resultado de la adhesión a un dogma, si se limita a creer en la existencia de algo que permanece desconocido, nuestra fe vale bien poco. No es más que la adopción arbitraria de un conjunto de conceptos.

La fe verdadera es una certitud interior, y esta certitud no es el fruto de una simple esperanza en una hipotética existencia. Esta certitud inquebrantable es la consecuencia de un conocimiento intuitivo. Podemos afirmar que Dios existe porque esta verdad la conocemos intuitivamente. Esta intuición no es racionalmente explicable, pues lo que hemos dado en llamar racionalidad, es un racionamiento humano. Por la intuición, aprehendemos una Realidad que transciende la razón humana. Esta intuición tiene toda la fuerza y la evidencia de una percepción. Y eso es en realidad: una percepción intuitiva.

Las polémicas entre el que cree y el que no cree son pues estériles. No se trata de tomar partido a favor o en contra, ya que la fe no es el producto de un razonamiento, sino de la intuición.

Aquellos que han percibido intuitivamente la Realidad Divina, tienen la fe. Quienes no la han percibido, no la tienen. Y aquí se plantea el problema de la fe recibida como una gracia. O para emplear un lenguaje diferente, se debe hacer una distinción entre los que son, o devienen aptos, para realizar la percepción intuitiva que engendra la fe, y los que no poseen ese don.

¿Cómo podemos acceder a la intuición Transcendental por medio de la cual la fe nos será dada, y la Realidad espiritual será por nosotros intuitiva e inexplicablemente percibida? (Inexplicablemente, pues las explicaciones son un producto del razonamiento).

Lo que debemos hacer es liberar a nuestra intuición del aprisionamiento al que lo tiene reducido la mente razonadora. La percepción intuitiva de lo Transcendental, testimonia una facultad sumamente sutil, que no puede manifestarse sin el silencio de los razonamientos.

Un despojo, una humildad y un vacío interior son necesarios. Mientras que dejemos a nuestra inteligencia recrearse con la pesadez de los razonamientos, y esto de una forma exclusiva, la intuición no puede lanzarse para acceder a una percepción de lo Transcendental. La arrogante confianza en nuestras construcciones mentales bloquea nuestra intuición.

Para obtener la fe, cuando ella nos falta, es necesario desear su obtención y ponerse en un estado de receptividad. Debemos rezar para que nos sea dada.

En cuanto a esos que se llaman creyentes y que a veces tienen dudas, es de temer que, o bien su fe no es más que una simple concepción desprovista de la percepción intuitiva, o bien que se produzca en ellos una fastidiosa alternancia y que no teniendo sino confusas intuiciones, estén periódicamente tentados de considerarla como una quimera.

Cuando la percepción intuitiva posee la fuerza necesaria, accedemos a un conocimiento nuevo, cuya evidente claridad se manifiesta en una fe inquebrantable. Ningún argumento podrá hacer creer a una persona sana, que lo que percibe con una evidencia natural es inexistente.

Tener fe no es pues esperar en la existencia de una realidad Espiritual, sino tomar consciencia de la existencia de esta omnipresente y Divina Realidad.

Ser salvo por la fe no significa ser salvo gracias a unas convicciones religiosas que no serán más que la adhesión a uno de tantos credos. Estamos virtualmente salvados por nuestra fe, pues ésta no es otra cosa que la clara e intuitiva percepción de la inefable Realidad.

La fe muestra el camino, es la luz que brilla en la noche, e indica dónde se encuentra el mundo de la luz. Es la indicadora y la guía. Estamos salvados por la fe pues es la fe la que nos ofrece la posibilidad de la Salvación. Sin fe, no hay Salvación. Pero si bien a partir del momento en el que la fe existe, la Salvación existe; no podemos por ello menos de caminar en la dirección que nos marca esa fe, para estar efectivamente salvados.

Si no llevamos a cabo la exigencia que está implícitamente contenida en nuestra fe, nuestra fe habrá sido vana.

Por la fe tenemos la revelación de la existencia de Dios. Pero si Dios permanece Dios, y el hombre, hombre; si ninguna unión gnóstica o mística une al hombre con Dios, el hombre no habrá hecho otra cosa que entrever una posibilidad.