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El Principio de gratuidad

- La importancia del contenido de las enseñanzas. 
No se debe juzgar una enseñanza espiritual sobre el hecho que sea de pago o gratuito, sino sobre el valor de su contenido.
Así, ciertas enseñanzas espirituales eminentemente respetables y de muy buena calidad se cobran, y sin embargo no merecen ninguna crítica.
La necesidad de cobrar la recepción de la enseñanza se evidencia en las tradiciones en las cuales los practicantes deben mantener a un clero o a unas ordenes monásticas. Pero al lado de estos casos legítimos, existe un conjunto de  pequeños escritores y conferenciantes cuyo caso  meramente egótico es claramente criticable.

- La medida que hemos tomado. 
El principio de gratuidad es una medida que hemos adoptado, y que nos ha parecido indispensable para reaccionar contra la infamia de la comercialización de lo espiritual que está haciendo estragos en nuestra época. Comercialización a menudo insidiosa, de la cual se beneficia un cierto número de individuos a quienes les vendría muy bien dejar de «jugar al Maestro» y practicar una auténtica disciplina espiritual.
En efecto, se está extendiendo en nuestra época la infamia de una mercantilización de lo espiritual, que explota de una manera vergonzosa las aspiraciones de buscadores sinceros.
Debíamos por lo tanto desmarcarnos radicalmente de todos los mercantes de lo espiritual y por eso hemos instaurado la regla de la gratuidad.
En consecuencia, la iniciación es dispensada de manera totalmente gratuita. Los instructores no hacen de la transmisión de las enseñanzas espirituales ni una profesión, ni una actividad con ánimo de lucro.
 
- La aplicación del principio de gratuidad. 
Para alcanzar el objetivo de la gratuidad, nuestra Cofradía se prohíbe tener cualquier propiedad inmobiliaria. Por lo tanto, realiza sus trasmisiones iniciáticas y sus prácticas colectivas en unas habitaciones privadas pertenecientes a unos instructores, a practicantes o a voluntarios.
La recepción de la iniciación, la inscripción a unos seminarios, a unos retiros o a unas estancias fraternales tiene un carácter de gratuidad total.

- Las consecuencias materiales de la gratuidad. 
Las consecuencias de la gratuidad son las siguientes:
Todas las actividades propuestas por nuestra Cofradía se desarrollan en unos lugares privados, que son prestados sin compensación económica para la circunstancia. La adecuación de estos lugares no es siempre perfecta y a veces puede resultar de ello una cierta falta de confort físico para los que quieren recibir la enseñanza.
Los instructores no están disponibles durante las veinticuatro horas del día. No «hacen de madre» con los practicantes, no proponen « un refugio contra la dureza de la existencia ». En consecuencia, se os pide respetar su vida privada, no intentar encontrarles sin ser invitados y no abusar de las posibilidades de comunicación por Internet o teléfono.
Ahora que sabéis donde se encuentra el poso y que tenéis el cubo entre manos, os toca  poneros manos a la obra y sacar el Agua de eternidad.

- El ejemplo de los grandes Maestros. 
Observemos por otra parte que ningún gran Maestro espiritual, cuya enseñanza es el origen de una gran tradición, cobró las enseñanzas que daba. ¿Podemos imaginar al Cristo, Moisés, Mahoma, Buda o Ramana Maharshi cobrar sus enseñanzas?
Si escuchamos la argumentación de algunos, ¿las Enseñanzas esenciales serían gratuitas, mientras las Enseñanzas secundarias, difundidas por unos «Maestrillos» se pagarían? ¡Qué paradoja!
Preguntamos a los lectores: ¿pensáis que sea aceptable que el Conocimiento espiritual, dado de forma gratuita a la humanidad por unos grandes Maestros, sea actualmente objeto de comercio?

- Relación entre amor y gratuidad. 
La gratuidad es para nosotros una evidencia espiritual. Únicamente el amor por el prójimo y no el amor llorón, el amor verbal o el amor confuso que se imagina que se ama a la gente porque se les acaricia la mejilla, sino el amor traducido en actos, puede de forma válida empujar a alguien a dedicar tiempo a la difusión de una enseñanza espiritual. El amor no se compra. La comercialización del amor lleva un nombre y este nombre no es muy  bonito…

- La argumentación a favor del pago de las enseñanzas.
Algunos declaran que hay que cobrar puesto que, como dice el refrán francés: « todo trabajo merece salario », o porque «sólo se da importancia a lo que nos cuesta dinero». Algunos recurren a los argumentos desarrollados por el psicoanálisis sobre la necesidad de que las sesiones de terapia sean de pago. Tomar al psicoanálisis como « norma», es colocar muy abajo, en profundidades probablemente inconscientes, la perspectiva espiritual.
La verdadera razón que se oculta detrás de estas declaraciones, ¿no es sencillamente el hecho que los «maestrillos» que cobran su enseñanza están apegados al confort de una pequeña vida burguesa y que no poseen ni el amor, ni el desapego que presupone el don de sí mismo y que se concretiza por el don de la enseñanza? Sin amor, sin desapego, sin el don de sí mismo, no han asimilado ni el menor comienzo de lo espiritual y, entonces, ¿qué es lo que pueden tener para transmitir?

- Problemática del comercialismo 
Gracias al principio de gratuidad, estáis asegurados de la ausencia de intereses económicos del instructor que os transmite la enseñanza; sabéis que esta transmisión no constituye para él un medio para enriquecerse o bien, sencillamente, para ganarse la vida. ¿Creéis realmente que se puede confiar en una persona para la cual somos un “cliente”?
Por otra parte, quien recibe una enseñanza espiritual debe estar seguro del carácter desinteresado del transmisor. ¿Porque decir esto, y no eso? Si el instructor tiene el menor interés en afirmar una cosa en lugar de otra, la enseñanza resulta irremediablemente contaminada.
Este desinterés económico es necesario para el instructor cuando, en respuesta a ciertos « bloqueos », la afirmación, a veces brusca, de algunas verdades se revela necesaria. Porque cada buscador arrastra con él su lote de ilusiones y de resistencias secretas. Ahora bien, no es de esta forma que se trata a unos « clientes », no es así como se trata a unas personas de cuya adhesión se depende económicamente.
Como el objetivo de los instructores no es el de seducir a los postulantes para venderles algo o “reclutarles”, no se ven obligados a « esforzarse para ser majos ». Ahora bien, la ausencia de cualquier actitud de « seducción espiritual » es la garantía de una  comunicación auténtica. ¡No importa  si esto puede ser a veces psicológicamente inconfortable para los buscadores!

- Consecuencias espirituales de la gratuidad. 
En un sistema comercial, sois un cliente pasivo, un consumidor espiritual y los profesionales de lo espiritual están aquí para satisfaceros y responder a vuestros deseos. Mientras que un sistema no comercial está basado en el voluntariado. Es como voluntario que un instructor toma de su tiempo libre para dedicarle al don de la iniciación. Y es sobre el voluntariado de las personas interesadas que la difusión de esta enseñanza es posible.
No sois un « cliente », sois un agente. Toda persona que haya encontrado un Sendero de Liberación puede ayudar a otros a encontrar, toda persona que sube de un peldaño puede ayudar a otras a hacer lo mismo. Desde los albores de la humanidad, la transmisión de la iniciación descansa sobre la cadena de la recepción y del don. Es esta cadena maravillosa, expresión del amor divino, la que pervierten los que la desvían para su beneficio personal y para vivir confortablemente de la búsqueda espiritual y de la generosidad de los demás. 
En consecuencia, desde el primer contacto con nuestra enseñanza os decimos: no os contentéis con recibir de forma pasiva. Preguntaos: ¿Qué puedo hacer yo para ayudar a los demás? Porque existe una regla inmutable: cuanto más se dé, más se recibe. Es así porque los « otros no están realmente separados de nosotros mismos», puesto que: « todo es Uno ».