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LA CAÍDA ESPIRITUAL

Quien se eleva puede caer.
Cuanto más consecuente es la elevación espiritual, mayor es el riesgo de una caída efectiva. Quien no se ha elevado no corre el riesgo de caerse, sino el de estancarse.
Veamos en qué consiste la caída espiritual en un individuo que ha tomado consciencia de su verdadera naturaleza atemporal. La consciencia egótica no desaparece como por arte de magia. Hay en él dos formas de consciencia que se alternan. Si la consciencia atemporal logra poco a poco ganarle terreno a la consciencia egótica, la evolución espiritual se continuará, precisamente hasta que la consciencia egótica termine por desaparecer, siendo reemplazada por la consciencia divina. Pero si la consciencia egótica logra estrangular y asfixiar el hálito de la conciencia individual atemporal hacia lo Divino, la caída espiritual se producirá.
Mientras que el Despertar a lo Divino no ha impregnado de una forma integral la vida de la personalidad, ésta se encuentra sometida a una doble y contradictoria atracción. La atracción de los valores terrestres y la atracción de los valores espirituales. En el goce de los valores terrestres hay delectación de la conciencia egótica. En el goce de la dimensión espiritual, hay delectación de la conciencia atemporal.
Gozas de la dimensión espiritual no significa estar ciego en relación con la realidad terrestre. Simplemente quiere decir, espiritualizar la tierra. Espiritualizar al hombre en el seno de la realidad terrestre.
Por el contrario, sucumbir a la atracción de la tierra significa olvidar a Dios, dejándose cautivar por las delicias terrestres. Cuando olvidamos la dimensión espiritual, nuestra conciencia queda circunscrita a las dimensiones de un ego que goza y que sufre. Nuestra conciencia se convierte entonces en una conciencia egótica.
El Despertar es el descubrimiento de la dimensión espiritual. Desde el momento en el que este descubrimiento ha sido hecho en el curso de la experiencia individual, la posibilidad de olvidar este descubrimiento y de no explotarlo todo lo deseable, existe. Esta posibilidad es “la caída”.
Como ya hemos dicho, en el individuo que puede caer espiritualmente hay dos tendencias, dos atracciones divergentes. Con el particular de que todas las tendencias, todas las pulsiones pueden ser formuladas, explicitadas, justificadas y verbalizadas por la mente.
A nivel mental, la atracción hacia la tierra se manifestará, en quien conoce el Despertar, a través de una formulación ideológica específica, constituyendo la gran tentación y ocasionando la caída para quien adopte ese punto de vista. Importa pues denunciar con precisión el contenido de esta formulación mental y ayudar a quienes están en el Camino a no sucumbir a tales espejismos.
Las grandes líneas de la engañosa argumentación son las siguientes: “Yo soy la Conciencia atemporal y Eterna que está presente en el hombre, y el mundo existe para su propia delectación. Ocupemos pues nuestra existencia en gozar de todos los placeres de la vida. Pues cuando el hombre goza, a través de él es la conciencia atemporal la que goza de su propia creación”.
Intelectualmente el razonamiento es bastante seductor. Y es tanto más seductor cuanto que de esa forma todas las pasiones de la personalidad encuentran en él su justificación. La perspectiva de un sombrío goce le acompaña. Pero en este razonamiento algo fundamental ha sido olvidado: la vida humana es un estado de transición. Es un estado encarnado. Por otro lado, yo no soy el inmaterial que se ha encarnado con el fin de gozar de lo material. Yo soy lo inmaterial que, identificado a lo material por la encarnación, aspira a volver al inmaterial. En pocas palabras, mi finalidad está en la vuelta y no en la emisión ontológica.
Recordemos que toda la evolución prehumana es el proceso por el cual la conciencia se ha individualizado. En el estado humano la individualización ha sido adquirida. Lo que hace falta ahora es que la parcela individualizada de la Conciencia Cósmica se separe de su ganga identificadora y se reintegre a la totalidad de la Conciencia Cósmica de donde ha salido en el estado de indiferenciación. La Creación, que no es mi creación puesto que yo sólo soy una parcela, es el proceso por el cual el Uno engendra al múltiple, y la evolución espiritual que comienza en la condición humana, es el proceso por el cual el múltiple vuelve al Uno para comulgar eternamente con él.
Mientras que el hombre, este receptáculo de la conciencia, permanezca apegado a los valores terrestres, no sobrepasará la condición humana y sufrirá el eterno retorno de la cadena de las reencarnaciones sucesivas. Resumiendo, aquello a lo que estamos pasionalmente apegados, encadena nuestro futuro.
El fin espiritual de la vida humana es pues romper la cadena de las reencarnaciones sucesivas, por medio de un desapego total con respecto a los placeres terrenales y un enraizamiento de la conciencia en lo Divino.
Fuera de este fin, es el fracaso espiritual existencial.
Fuera de este fin, la espiritualidad tan sólo ha sido entrevista, pero no realizada.
La obtención de este fin necesita una orientación espiritual muy específica y cotidianamente concretizada. Orientación que significará que en el seno de los diversos acontecimientos de la vida humana, yo aspire a mantener mi conciencia abierta a la percepción de la dimensión transcendente.
Si adopto la engañosa argumentación antes citada. ¿Qué va a pasar?.
Mi fin será el de gozar de las cosas de la vida. Y el deseo de apertura a la verticalidad transcendente, será reemplazado por un deseo de gozar en la horizontalidad humana.
Cuanto más ardiente sea en mi búsqueda de placeres, menos lo seré en mi búsqueda y en mi deseo de la dimensión espiritual.
¿Es que acaso teniendo por finalidad la búsqueda de placeres humanos, lograré en esta vida desprenderme de las atracciones propias a la condición humana y, por consiguiente, a sobrepasar dicha condición?. Ciertamente que no. Cuanto más logro satisfacer las pasiones del ego, más éstas logran poder e importancia. Cuanto más trato de satisfacerlas más atrapado quedo en ellas.
Vemos pues el peligro de la teoría tentadora. Para quien la adopta, la vida humana no alcanzará su fin espiritual. Pues quien sigue la voz de la gran tentación conoce la realidad espiritual, pero no realiza en él la dimensión espiritual. Habiéndose elevado por su conocimiento a la altura del Puro Espíritu, no logra en cambio vivir a ese nivel y vuelve a caer al nivel del ego, al nivel de esa conciencia egótica que goza con las pasiones humanas y que no es otra cosa que la disminución, a las dimensiones del hombre, de la Conciencia Divina.
Quien adopta la teoría tentadora muere apegado a la tierra. No se eleva hacia el Espíritu, no logra romper el ciclo de las reencarnaciones. La presente vida no ha sido más que una ocasión fallida. Todo debe empezar de nuevo al nivel de ese vehículo psíquico que es la personalidad. Todo se ha perdido a nivel de la conciencia individual.
Para lograr la realización espiritual es preciso no tener otro objetivo ni otra finalidad que dicha realización. Quien ha hecho de la realización espiritual su único fin no considera por ello que debe huir de la condición humana con sus placeres y sufrimientos que contiene naturalmente, pues él sabe que es en el interior de esta condición de existencia donde debe lograr su realización espiritual.
Por ello acepta tanto el sufrimiento como el placer. Pues su finalidad no es la de huir del sufrimiento a toda costa, ni trata de buscarlo con estúpidas mortificaciones. Por eso, cuando ya es inevitable y ha fracasado en su intento por mantenerse al margen  y el sufrimiento se impone irremediablemente, él lo acoge. De la misma forma actúa con el placer o el gozo. El no lo busca desesperadamente ni lo evita cuando de una forma natural surge o se presenta en el interior de una experiencia. Su única y constante preocupación es que en el seno del sufrimiento, o del placer, o de cualquier otro tipo de percepción, conserve su Despertar espiritual.
Teniendo eso como único fin y preocupación profunda, todo lo demás se vuelve superficial, y aunque participando en todas las experiencias de la condición humana, no se apega a ninguna de ellas. No estando apegado se libera. Liberándose, sobrepasa la condición humana, y se encamina hacia una comunión integral y definitiva con el inefable transcendente.

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