EL PASADO
El pensamiento se aferra al pasado. Hace referencia al mismo sin cesar. El presente es juzgado e interpretado en función del pasado. El futuro es encarado y organizado en la sombra del pasado.
Los hombres llevan sobre sus espaldas el peso del pasado. Ese fardo les aplasta. A veces protestan. Pero paradójicamente lo acarician celosamente. Nadie querría ser privado de su pasado. Para el ego, el pasado se llama la experiencia. Se vanagloria de su experiencia de la vida, y se la cuenta a los demás. El pasado es el orgullo o la tortura de muchos y se aferran apasionadamente a su orgullo o a su tormento.
¿Por qué el mental egótico se aferra de esta forma al pasado.?. Porque el recuerdo del pasado es una de las ilusorias posesiones del ego.
De hecho, el ego construye su cebo sobre tres tipos de posesiones ilusorias. Por una parte se identifica con el cuerpo, con las ideas, los sentimientos que son en realidad simples fenómenos percibidos por la consciencia.
Por otra parte se identifica con las cosas o los seres con los cuales el cuerpo se relaciona. De esta identificación surge el sentimiento de propiedad: mi mujer, mi marido, mis hijos, mi casa, mi perro, mi estilo. Para el ego, toda propiedad es una parte de él mismo. Por ello, el ego cuantas más posesiones tiene más vasto, importante y poderoso se siente. Así, se encuentra engendrando la sed de posesiones y la avaricia. Pero en realidad, el cuerpo humano no es más que un fenómeno que aparece y desaparece dentro del océano de los fenómenos. Cada fenómeno es engendrado por otros fenómenos y engendra a su vez más fenómenos.
El sentimiento egótico de propiedad es pues puramente ilusorio. La prueba está en que si la posesión fuese real, no podría haber ninguna separación entre lo que el ego cree como suyo y el cuerpo. Y esto es evidente que no ocurre así, pues cada vez que el cuerpo humano deja de relacionarse con lo que el ego consideraba como de su propiedad, la separación es real, se produce.
Cuando eso se produce el ego tiene un sentimiento de privación tanto más fuerte como poderosa era la identificación. Cuando el ego se ve privado de una de esas ilusorias posesiones, como cree que es una parte de él mismo, se le arranca un trozo de su sustancia. Todos los sufrimientos del apego resultan de esta aberración.
En tercer lugar, el ego se aferra al recuerdo del pasado. Gracias al pasado, el ego construye la ilusión de la permanencia. Entonces, el ser es algo indeterminable. Reserva inagotable para el surgimiento espontáneo de una multitud de fenómenos. El ego construye una imagen fija de él mismo. Da forma a su personaje, afinándolo a lo largo de toda su existencia.
Esa imagen es muy frágil, y una gran parte de la energía egótica se encuentra consagrada en la protección de esa imagen ilusoria contra todo lo que ella amenace. El ego está pues empeñado en una lucha desesperada para resistir a la erosión del tiempo, la muerte, y a todo lo que le agreda, se oponga o ponga en tela de juicio la integridad de la imagen artificial e ilusoria que ha construido. El amor propio es el resultado de todo esto.
Tal es el triste estado de las cosas comunes, que es preciso observar con exactitud en usted mismo antes de poder liberarse.
El apego al pasado es una necesidad vital para el ego. La creencia ilusoria que tiene de su propia existencia, reposa sobre una acumulación de recuerdos a los cuales hace constantemente referencia para construir la engañosa impresión de ser una entidad dotada de realidad y de continuidad.
De hecho, el ego es simplemente una ilusión creada por un funcionamiento erróneo del mental.
Eliminar el ego es curarse de una aberración psicológica.
Que tal aberración sea generalizada en la especie humana, no cambia nada el hecho de que no sea otra cosa que una aberración.
Si cien millones de personas toman el espejismo de una ciudad percibido a lo lejos como si fuera una ciudad real eso no le concede ninguna realidad al espejismo.
Para disolver el espejismo del ego dejar de aferrarse al pasado, constituye un medio fundamental.
¿Cómo se puede dejar de vivir con el peso del pasado sobre sus espaldas?.
Comenzando por comprender que a cada instante el pasado está muerto.
Eso que usted ha hecho hace una hora, un día, un mes, un año, todo eso está ya perdido en los abismos insondables del tiempo. Hay que darse cuenta de eso, realizarlo, aceptarlo.
Si el pasado tiene una influencia sobre vosotros, es porque lleváis su peso sobre vuestras espaldas.
Pero si lo soltáis, si se deja ese peso, el pasado os abandona y cae en el abismo devorador del tiempo.
Si lo que habéis hecho hace una hora pesa sobre vosotros y os influencia, es porque lleváis sobre las espaldas el peso de ese instante.
No creáis que es por una ley inmutable que el pasado se aferra a vosotros. A cada instante, el pasado está muerto. Sois vosotros los que os aferráis al pasado. Sois vosotros los que como ego ilusorio hacéis esto. Es ese ego el que os impide conocer vuestra verdadera naturaleza que permanece en un eterno presente.
Para que de instante en instante el pasado os abandone y deje de tener influencia sobre vosotros, es preciso dejar de aferrarse a él. La frescura y la pureza de los niños provienen esencialmente del hecho de que en ellos el peso del pasado es ligero. Son seres nuevos. Pero a medida que el profano avanza en edad, el peso psíquico que le envuelve, crece.
Y acaba por convertirse en un viejo replegado sobre sí mismo, casi totalmente inconsciente del mundo real, pasando sus días degustando sus recuerdos.
Que se pueda ver el horror de esa realidad desastrosa y por ello rechazar de forma radical las miasmas del pasado.
Aspirad a una vida fresca, nueva y limpia. Tal existencia está a vuestro alcance si dejáis de aferraros al pasado.
Comprended esto: cada vez que aprehendéis el instante presente recordando el pasado, tejéis delante de vosotros un velo que os impide ver el mundo real y que os aleja del Despertar.
El Despertar no puede surgir más que en una plena aprehensión del presente. Toda referencia a la memoria del pasado es una distracción de la atención que usted debe llevar al presente.
Para mirar un árbol con plena atención no es necesario recordar tal o cual árbol que habéis contemplado en el pasado, hay que mirar el árbol que está delante de vosotros. Es una evidencia.
Si vosotros comparáis este árbol con otro. Si evocáis los recuerdos ligados con este árbol. Eso significa que no miráis el árbol que está en el presente en tanto que fenómeno único, incomparable, incalificable, y que vivís en vuestros recuerdos y no en el presente.
Cuando habláis a alguien que conocéis, ¿estáis en el pasado o en el presente?. Cuanto más importante es el espesor de los recuerdos que colorean la mirada que dirigís sobre esa persona, menos estáis en el presente.
Es por eso que los que no están despiertos cuanto más se conocen, menos se ven. El peso y el espesor del pasado se interponen entre ellos y la persona. Perciben a la persona a través de todo lo que saben de ella y de todo lo que han vivido con ella. Eso que dice o hace será interpretado en función de los recuerdos que les une con esa persona.
En definitiva, no perciben la persona tal cual es en el presente. Perciben la imagen de esa persona tal cual es forjada por ellos en el curso del tiempo. Y esta imagen es como una máscara añadida a la realidad de la persona tal cual es en el instante.
Ese proceso puede ser evitado. Para eso es preciso mirar a la persona con una mirada nueva cada vez. El pasado es olvidado. No hay ni recuerdo, ni simpatía, ni antipatía, ni amor, que se evocan en el instante y colorean la percepción. Toda vuestra atención y vuestra comprensión están focalizadas sobre la persona tal como la veis en ese instante.
Comprended bien esto: ver al padre o a la madre teniendo presente en el espíritu el hecho que ellos son nuestra madre o nuestro padre, hacen imposible la percepción real de la mujer o del hombre que se encuentra frente a nosotros.
Estamos encerrados en el condicionamiento de lo vivido anteriormente y este espesor del pasado nos impide ver lo que está en el presente.
Es preciso olvidar. Rechazad estas nociones cuando se presenten en nuestro espíritu. Llevad una mirada nueva desprovista de los prejuicios y de los recuerdos. Es preciso ver lo que Es. Pues lo que existe verdaderamente se encuentra delante de nosotros, y no en la memoria que no siente más que el pasado. Si nuestra mirada es nueva, nuestro comportamiento y nuestra comprensión lo serán igualmente.
El amor, la simpatía o la antipatía hacia alguien no existen más que en el pasado. En el pasado no existen más que los fantasmas del recuerdo.
No se puede decir: yo amo a mis padres, a mi pareja, a mis niños, o a tal amigo, haciendo referencia al pasado. La única realidad es la siguiente: usted ama, si en el instante mismo usted siente un sentimiento de amor. Pues fuera de esto no hay más que el recuerdo del amor.
Lo mismo para el resentimiento. Tener resentimiento hacia alguien por una circunstancia del pasado, es no vivir el presente.
En este mismo instante, sin evocar al pasado, ¿tenéis resentimiento hacia alguna persona?.
Plantearse esta cuestión con toda sinceridad es darse cuenta de que nuestros resentimientos no perduran. Pues el resentimiento auténtico es aquel que surge en el instante presente. El que yo debo evocar los acontecimientos pasados para experimentar el resentimiento nos prueba que el resentimiento es algo artificial.
Quien vive en el presente, vive con un corazón libre del odio y del resentimiento.
La imagen egótica de nosotros mismos está construida sobre el pasado. Si rechazamos el pasado, rechazamos toda representación de nosotros mismos.
Somos un misterio imprevisible que avanza en una espontaneidad total.
Cuando se pregunta a alguien que no ha despertado que describa su personalidad, ¿qué hace?. Rememora todo un conjunto de hechos, y evoca sus recuerdos, los ordena, y elabora con más o menos perspicacia un retrato psicológico de él mismo.
Un despierto es incapaz de hacer de él mismo un retrato psicológico. Su memoria contiene tantos recuerdos como el no despierto. Puede relatar sus recuerdos, pero no recurre a su memoria para definir lo que él Es.
Recurrir a la memoria para definir mi personalidad, tal es el proceso por el cual el ego se reconstruye.
El despierto no tiene ego. No percibe su identidad como el de una personalidad humana. Para él, su identidad es la de la pura consciencia eterna e inmaterial.
Tal consciencia no contiene ninguna característica particular. Ella está vacía de contenido.
Yo soy el vacío luminoso e informal. Tal es mi naturaleza. Así es la vuestra igualmente. Así aparece cuando el velo de las ilusiones ha sido retirado.
El despierto considera que de instante en instante todo es posible. No prejuzga nada. Es por ello que su vida se abre sobre un horizonte sin límite.
Definir las características de nuestra personalidad es encerrarnos en ella. El pasado no influencia en el presente más que en la medida en que nos aferramos a él. Si se le pregunta a un despierto: ¿en el pasado, usted ha actuado de esta manera?”. Él no puede más que responder que sí, puesto que no es amnésico. Pero si se le dice: “¿el hecho de que usted haya actuado así prueba que usted tiene tal o cual carácter?” El despierto responde: “si según vuestra interpretación de mi actitud yo he tenido en el pasado tal o cual rasgo de carácter, nada prueba que lo tenga todavía. Ignoro totalmente como volvería a actuar hoy o mañana en tal o cual circunstancia. Cada instante es para mí nuevo e imprevisible”.
Tal declaración es muy importante. Indica que la visión del presente está liberada del peso del pasado.
El no despierto construye poco a poco una imagen de sí mismo. En esta imagen fruto del almacenamiento de recuerdos, se definen sus aptitudes, sus inaptitudes, sus gustos, sus disgustos, sus posibilidades y sus imposibilidades. A medida que se elabora esta representación egótica, el individuo se encuentra encerrado y condicionado por ella.
En realidad, la personalidad humana que está formada por un flujo específico de fenómenos, es cambiante y modificable por naturaleza.
Esta capacidad de transformación que es una característica de su naturaleza, se encuentra en gran medida disminuida por la imagen egótica. Dicha imagen, tiene por función esencial fijar límites y definir características, y resistir a la transformación natural con el objeto de mantener la ilusión de ser una entidad permanente, ocultando el hecho de que la personalidad no es más que la expresión de un flujo de fenómenos impermanentes.
La imagen egótica no llega a impedir todo cambio, y esta incapacidad es para ella, la causa de múltiples sufrimientos; sin embargo llega a limitar de manera importante la capacidad de cambio que es propia de la personalidad humana.
La imagen egótica constituye en la fenomenología psicológica, un fenómeno que juega el papel de filtro impidiendo la aparición de todo un conjunto de fenómenos profundamente transformadores.
El Despierto tiene una personalidad. Su comportamiento, su forma de pensar, de actuar y de reaccionar. Posee características específicas. Pero esta personalidad no es tan rígida como lo es la imagen egótica. En consecuencia su personalidad es infinitamente más suave que la de un no despierto. Se adapta fácilmente a las modificaciones que conllevan las circunstancias.
Por otra parte, la personalidad del Despierto es una personalidad abierta a todas las posibilidades; mientras que la de un no despierto está fríamente resecada en función de las características a las que se identifica.
Desde este punto de vista se comprenderá que todo análisis que defina las características psicológicas de una persona, bien sea este análisis la grafología, la astrología, la numerología, la quiromancia o los test, etc., no hacen más que ayudar al ego a cristalizar la imagen que se forma de sí mismo.
Esto es totalmente independiente del valor científico de cualquier método. Puesto que para nosotros el ego construye su propia imagen a partir de elementos objetivamente reales, o totalmente imaginarios. En definitiva no tiene ninguna importancia. En un caso como en otro lo nocivo de la imagen egótica es la misma.
Los métodos de análisis psicológicos son pues incompatibles con el sendero del Despertar. Refuerzan la identificación y el sentimiento egótico. Es además lo que explica su éxito. El ego encuentra en ellos un apoyo.
El sendero del Despertar tiene por objeto desenraizar al ego. Nos conduce a la comprensión de una doble constatación: yo no soy este hombre, y este hombre es una continuación de fenómenos impermanentes e imprevisibles.
En el Despertar usted puede juzgar el pasado pero no debe jamás interpretar el presente en función del pasado.
Vivir esto es vivir cada día una vida totalmente nueva.
Sobre otra persona yo no sé nada más que lo que pueda constatar en el presente.
Toda opinión sobre otra persona relativa al pasado, incluso al pasado más reciente es incompatible con el Despertar.
Sobre el hombre que yo mismo habito y utilizo como instrumento, no conozco más que lo que constato de instante en instante.
Toda opinión sobre él, relativa a lo que le gusta o no le gusta, lo que puede hacer o no hacer, lo que debe o no debe hacer, si hace referencia al pasado, incluso al pasado de hace una hora, y si no es fruto de una constatación radiante en el instante presente, no pertenece al Despertar.
Reflexionad sobre esto, y comprenderéis hasta qué punto el Despertar necesita de un cambio radical. Hay que darse cuenta de todas las complicaciones y sobrecargas inútiles de la Existencia que se desvanecen en el Despertar.
Hay que ver hasta qué punto la vida del despierto es comparable a la del niño: fresca, pura, eternamente nueva, imprevisible, espontánea, vibrante de vida, constantemente radiante, maravillosa.
Cuando se ha visto esto con claridad, hay que ponerse a trabajar. Cada vez que el pasado interviene en vuestra percepción o apreciación del presente, rechazadla.
Decidle mentalmente que ya ha pasado y reunid toda vuestra atención sobre lo que puede ser visto en el instante presente, sin referencia al pasado.Evocar el pasado y superponerlo al presente, esto es lo que nos aleja radicalmente del Despertar.
Las gentes viven constantemente con su pasado. Cuando dicen: “yo soy esto o aquello”. En un gran número de casos, se refieren a lo que han sido en el pasado, y no a lo que son en el instante presente.
¿Puedo decir: “soy valiente”?. Si se trata de una constatación en un momento de peligro, donde consigo vencer al temor para hacer lo que me dice mi consciencia, entonces sí puedo decirlo. Después de ese momento el volver a decir: “yo soy valiente”, es ya una referencia al pasado. Poner el pasado en el presente, tal es el error común que da al ego la impresión de adquirir cosas estables.
Otras veces, yo he sido valiente, y hoy digo: “soy valiente”, es totalmente erróneo y ello por dos razones:
En primer lugar, no se puede ser valiente más que en caso de peligro. Decir que soy valiente en una conversación con unos amigos, es un sin sentido, porque hablo en presente de un fenómeno que no existe. Al hacer esto, creo la ilusión de la existencia actual de un fenómeno que se ha producido hace mucho tiempo.
En segundo lugar, si mañana sobreviene un nuevo peligro, ignoro totalmente si mi comportamiento será valiente. Decirlo no es más que autosugestión. Numerosas han sido las gentes que habiendo tenido coraje en tal o cual circunstancia, no lo han sido a continuación en otra.
La verdad es que yo he sido valiente, pero el coraje no es una facultad estable. Como toda facultad humana es impermanente. La imagen de mí mismo en tanto que hombre valiente reposa pues sobre una ilusión egótica, que pesa en el pasado para construir una impermanencia inexistente.
Si por una pseudomodestia no oso decir en público: “soy valiente”, pero lo pienso estando convencido de ello al hacer referencia al pasado. Si cultivo y defiendo esta imagen de mí mismo, el proceso psicológico y sus consecuencias son las mismas.
En realidad, yo soy lo que constato ser de instante en instante, y nada más. El resto pertenece al pasado, y el pasado no existe. Lo que se acaba de decir respecto a la valentía se debe aplicar a todas las cualidades con las que el ego construye una imagen falaz de sí mismo.
La misma toma de consciencia debe hacerse para los defectos: “yo soy un pecador”, alimenta la misma ilusión. Usted es un pecador en el momento mismo en el que comete el pecado. El instante después ya no lo es. Es una evidencia objetiva.
Para ayudar a las gentes a comprender el hecho de que el pasado está muerto, en diversas tradiciones se instituyeron ritos de purificación para los pecados. El fin de este rito es hacer comprender a la persona que sus pecados ya se han desvanecido. El rito ayuda a comprender que el pasado está muerto. Pues no hay nada más terrible para un devoto que llevar sobre sus espaldas durante toda su vida los pecados cometidos en el pasado.
Si no nos aferramos al pasado, el pasado nos abandona definitivamente de instante en instante. Pero si nos aferramos al pasado, puede influenciarnos durante largo tiempo.
¿Por qué un acto cometido o sufrido en el pasado continua condicionando la vida psicológica del individuo durante años?. Porque esta persona se ha aferrado al recuerdo del acto cometido o padecido. Si no lo hubiese hecho, hace tiempo que este acto no tendría ya influencia sobre su comportamiento psicológico.
Así se comprende la importancia que esto puede tener en relación a los actos negativos. Cuanto más me aferro al recuerdo de mis pecados más continúan influenciándome.
Cuanto más me aferro al recuerdo de las experiencias negativas, más me traumatizan. El remordimiento prolongado no es más que un aferramiento mórbido al pasado. Lo mismo ocurre con las penas.
Yo he pecado, pero a poco que me dé cuenta de que el presente es nuevo, mi vivir actual es un vivir nuevo en el cual todo es posible. He cometido un error, pero tengo que saber que ese error no hipoteca mi futuro más que en la medida en que me aferro a él. Si me doy cuenta de que el presente es nuevo, este error no tiene ya ninguna influencia sobre mí, y se produce un cambio radical. Algunas personas lloran a los desaparecidos durante meses, otros durante años, otros lloran hasta el fin de su vida. Esto no es una prueba de amor, es una prueba de aferrarse al pasado. Cuando amo soy feliz y comunico mi felicidad a otros. Llorando a los muertos no les hago ningún bien y soy desgraciado. Llorando a los muertos no hago más que conservar un cadáver en mi corazón. Si amase a la persona tal como ella es ahora en tanto que espíritu desencarnado, mi amor vivido en el presente sería una fuente de felicidad para mí mismo y una ayuda para el espíritu desencarnado.
Tal es el extraordinario mensaje de esperanza que contiene el Despertar: podemos depositar el fardo del pasado.
Queriendo abandonar este fardo, constatamos que el ego se aferra con fuerza a sus vergüenzas, sus debilidades, sus remordimientos, sus penas, sus orgullos o sus fanfarronadas.
Tiene temor al vacío y a la libertad interior que sobreviene cuando uno deja de apoyarse en el pasado para poder vivir. Cuando se avanza en una vida nueva y virgen donde todo es posible.
Desde su punto de vista el ego tiene razón. Pues vivir constantemente en el presente es disolver el ego de manera definitiva.
Algunos objetarán quizá que en realidad todo no es posible, pues todo fenómeno es el producto de una ley de causa a efecto, que sitúa su origen en el pasado. ¿No es el presente entonces la resultante del pasado?. La manera en la que aprehendo la vida, ¿no es la resultante de la manera en la que la he aprehendido desde la infancia?. El peso de nuestros condicionamientos, ¿no pesan sobre nosotros?.
Ciertamente es así. Pero la sensación de que “todo es posible”, proviene del hecho de que la imagen egótica ha desaparecido, desde entonces se abren muchas más posibilidades de experiencia.
Encerrado en su imagen egótica, el profano crea múltiples limitaciones. Estas limitaciones desaparecen con la disolución del ego.
Sabed que el Despertar jamás está en el pasado. Es en el instante presente donde está el Despertar.
Cualquiera que sea el poder de vuestro Despertar, o de vuestra experiencia espiritual de ayer, no es una adquisición inmutable. Sólo cuenta el grado de vuestro Despertar en el instante presente.
De la misma forma, vosotros no sois jamás buenos, generosos, inteligentes, malos, pervertidos, de manera estable y adquirida. Es de instante en instante que sois esto o aquello, y desde el instante en que se desvanece, sois otra cosa. Creer en la permanencia de vuestras cualidades o de vuestros defectos es crear un ego. No tengáis ninguna imagen de vosotros mismos. Toda imagen es una mentira. Sólo cuenta lo que se percibe en el presente.
Evocar el sabor de la experiencia espiritual de ayer, es vivirla de nuevo, pero acordarse mentalmente esta experiencia, apreciarla y considerarla como una adquisición definitiva, es el proceso de la ilusión egótica.
El propósito no es tener un ego espiritual, ilusoriamente orgulloso de las cualidades morales prescritas por las tradiciones. El objetivo es disolver el ego ilusorio. Es en el presente donde se está dormido o despierto. Es en el presente donde el pasado muere para el despierto.
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