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LA INTROSPECCIÓN


¿Cómo puedo llegar al conocimiento de mí mismo?.

Por la observación.

Es muy simple. El conocimiento del mundo exterior, que tiene por resultado la ciencia, es una consecuencia de la observación del mundo exterior. De igual manera llegará el conocimiento de mí mismo por medio de la observación.

La observación de sí mismo debe comenzar por lo más aparente y acabar por lo más sutil. Lo cual quiere decir que es preciso comenzar por observar al cuerpo.

¿Cómo se empieza?.

De la siguiente manera: Estoy sentado y observo el cuerpo sentado. Lo cual implica que en el mismo instante tomo conciencia de las sensaciones corporales que me son naturalmente perceptibles. Así, percibo la sensación de pesadez en la parte del cuerpo que reposa sobre el asiento. Percibo la sensación de los vestidos, la sensación del aire que me rodea. Percibo el ir y venir de la respiración. Percibo el calor, quizá desigualmente repartido, que resulta de la circulación de la sangre. Permanezco así, inmóvil, observando al cuerpo, tomando conciencia de la vida vegetativa que lo anima y de la fuerza tranquila que emana.

Este ejercicio tan simple es excelente. Aporta, a quien lo ejecuta casi cotidianamente, la costumbre de entrar en un sosiego que poco a poco se vuelve profundo. Nada mejor, al final de la jornada, para aquel que está sumergido en la vida activa, y que quiere “recuperarse”, que observar al cuerpo tranquilamente, pasivamente, sin buscar hacer nada, sin querer intervenir de alguna manera en el apacible desarrollo de las actividades fisiológicas.

Tal práctica puede durar un tiempo variable y es preferible no medirlo; que cada uno permanezca así hasta que naturalmente se sienta que: “esto es suficiente”. Hacer del cuerpo un amigo aprendiendo a sentirlo vivir en profundidad. Hasta aquí nos puede llevar este ejercicio. Sentir que la observación atenta de la totalidad corporal, que presupone la presencia de la conciencia en el conjunto del cuerpo, tiene un efecto de recarga energética. Constatar que esta recarga energética constituye una influencia vitalizante que impregna el cuerpo entero; y sin que hagamos algo por eso, este último se vuelve más sano, más activo y más resistente. He aquí donde desemboca la práctica, durante años, de este simple ejercicio.

Desde el momento en que hemos adoptado la costumbre de llegar a sentir con intensidad, a través de la observación, la totalidad del cuerpo; y para eso no son necesarios muchos años; haremos suceder a la observación del cuerpo una segunda forma de observación: la observación del mental.

Esta observación, que en nuestra práctica debe hacerse después de la observación del cuerpo, consiste en prestar atención, en el mismo instante, a los pensamientos que habitan nuestro espíritu.

Es preciso tomar conciencia de la manera en que los pensamientos se suceden y se desarrollan.

Aquí también, no buscar influenciar en nada. Con los ojos cerrados observar, observar simplemente lo que ocurre en el mental.

Nos daremos cuenta de que los pensamientos buscan arrastrar nuestra conciencia al interior de su dinamismo; y que para observarlos es preciso hacer un esfuerzo de desenganche. Un esfuerzo de retroceso, por el cual nos colocamos detrás de ellos y nos volvemos así el espectador de los pensamientos.

Dejándonos llevar por ellos, cesamos de ser el observador, para volver a ser un hombre que piensa. Un hombre que piensa es alguien que, en lugar de ser el observador de los pensamientos, y por eso estar de alguna forma desligado de ellos, se hace uno con los pensamientos y no se distingue de ellos.

Para llegar a sentirnos distintos de los pensamientos que constituyen el objeto de nuestra observación, es preciso infatigablemente hacer ese movimiento interior de retroceso, por medio del cual nos situamos detrás y nos volvemos el espectador.

Observar imparcialmente, sin preferencias, sin juicios, sin intento de control, todos los pensamientos que surjan. Colocarse y volverse a colocar, sin cesar, en el plano detrás de lo que se manifiesta mentalmente.

Mirar los pensamientos como se mira a un insecto extraño avanzar en la hierba.

El pensamiento “yo observo mis pensamientos” es él mismo un pensamiento y lo debo observar en su momento.

Sin cesar, tomar interiormente distancia, hasta que nos hayamos instalado en la posición del espectador impasible.

En esta observación aprendemos mucho sobre la fenomenología del psiquismo.

Conoceremos por experiencia propia los diferentes mecanismos y estereotipos que engendran la sucesión de los pensamientos.

La personalidad mental nos será conocida, con sus hábitos y sus límites.

Poco a poco, con la asiduidad de la práctica y, después de un tiempo, veremos que en la ejecución de este ejercicio nuestros pensamientos se aquietan. Sin quererlo, sin buscarlo deliberadamente, teniendo por único fin la observación, acabaremos por llegar al silencio mental.

Nos queda saborear este silencio.

Al ir creciendo nuestra familiaridad con el silencio, haciéndose más grande su intensidad, conocemos una paz profunda.

Esta paz, si practicamos diariamente la observación, impregnará nuestra vida y nuestra personalidad.

No es una receta milagrosa, sólo los farsantes son los que proponen, recetas milagrosas en el dominio de la iniciación. A lo largo de los años, poco a poco otro hombre surgirá de esta práctica.

¡Cuántos falsos problemas, falsas preocupaciones, se disolverán en la inmersión cotidiana de nuestro espíritu en la paz, que se experimenta cuando el mental se calla!.

¡Cuántas ataduras pasionales, crispaciones, dejarán de hacernos sus prisioneros!.

¡Qué fuerza y qué lucidez en la tranquilidad natural, se volverá poco a poco una constante de nuestro carácter!.

Esta observación, este silencio, esta paz y esta lucidez será necesario introducirlas sistemáticamente en el seno de nuestras actividades cotidianas.

Así poco a poco nos instalaremos, de una manera ya definitiva, en nuestra verdadera naturaleza, que es la de espectador de los pensamientos. La introspección del profano se atasca en el yo psicológico.

La introspección del iniciado acaba en la superación del hombre y del mundo.

Lo que sois a nivel más profundo es eterno. Conocerse a sí mismo es conocer el infinito.