Translate

LA ILUSIÓN FENOMENAL

¿De dónde viene el universo?.

He aquí una pregunta que desde tiempos inmemoriales resuena en el corazón del hombre. Sin embargo, es posible responderla.

Sabiendo que no hay más que un Ser único, y que ese Ser es pura consciencia, nos deberemos hacer la pregunta de la siguiente forma: ¿Qué representa el universo para la pura consciencia del Ser eterno?.

Enseguida aparece como algo evidente que el universo sólo puede representar el conjunto de los contenidos de la consciencia del Ser.

En sí misma, en su propia naturaleza, la consciencia del Ser está vacía de contenido. Será pues la totalidad de las percepciones pasajeras que atraviesan el inconmensurable campo de su percepción, lo que constituye el universo.

El universo es pues el conjunto de fenómenos evanescentes que contempla la consciencia del Ser en su inmutabilidad.

¿Pero cuál es pues la naturaleza de esos fenómenos que componen el universo?. Siendo el Ser puro espíritu inmaterial, el universo no puede ser algo material. Lo inmaterial no puede producir algo material. El universo es pues una realidad psíquica y no material.

Lo que llamamos materialidad por oposición a la subjetividad, no es más que una categoría específica de percepción. No olvidemos esta evidencia: no conocemos nada fuera de nuestras percepciones. La experiencia de la materialidad está fundada sobre un conjunto de percepciones que tienen como características todas las cualidades que atribuimos a la “materia”. Pero esta materia no la ha visto nunca nadie, es un postulado conceptual. En presencia de un conjunto de percepciones de carácter material declaramos que existe una realidad material. Es una afirmación gratuita, que no tiene fundamento, ya que nosotros no conocemos nada más allá de nuestras percepciones. Decir que ciertas percepciones contienen o se caracterizan por sensaciones materiales, es correcto. En cuanto a la materialidad, no tiene ninguna realidad en sí. La materialidad se confunde con las características propias de ciertas percepciones individuales y colectivas. Más allá de estas percepciones no hay mundo material tal y como lo percibimos.

La física moderna ha mostrado el carácter erróneo del concepto de materialidad tal y como se entendía hace tiempo en el mundo profano.

Pero hay que ir más lejos, y para ello debemos llamar a los postulados de la metafísica tradicional.

¿De dónde procede el conjunto de percepciones y de energías no materiales que percibimos?.
Proceden del pensamiento del Ser.

El Ser piensa el mundo, y el mundo no es otra cosa que la gran meditación del Ser. La creación del mundo es una manifestación del Ser y, en razón misma de la naturaleza del Ser, esta manifestación, es una manifestación psíquica. ¡Esto es lo que se muestra evidente a quien sabe reflexionar!.

El conjunto de pensamientos que componen el universo, es engendrado pasivamente por el Ser, sin participación directa de su parte. Por su solo presencia, la consciencia del Ser provoca en su seno la aparición de pensamientos cósmicos de los que el universo está constituido.

El universo, que no es más que la suma de pensamientos del Ser, constituye para Él, el inmenso sueño que contempla su consciencia. Pero esta ensoñación, no es una ensoñación fantasiosa. Es un sueño coherente. Precisamente por eso la ciencia humana es posible. Esta ciencia está basada en el estudio de las leyes que rigen la producción de fenómenos que componen el sueño del Ser.

En tanto que hombres, somos un pensamiento del Ser que se mueve dentro del universo de pensamientos del Ser.

Los pensamientos del Ser son pensamientos conscientes. La consciencia del Ser es a la vez intrínseca y extrínseca a la creación.

Con relación al Ser, el pensamiento del Ser es irreal. Es simplemente un sueño. Sólo el Ses es real, pues sólo Él posee el Ser.

Lo que es real es el Ser, que es consciencia. Lo que es irreal es el conjunto de apariencias fenomenales del universo.

Los diversos contenidos de la creación, sacan sus apariencias de la manifestación de los pensamientos del Ser, y sacan su realidad de la única consciencia universal del Ser, presente en cada uno de ellos.

Sin embargo, para el hombre biológico, que no es más que un contenido particular del sueño cósmico, el mundo es una realidad objetiva. Pues si el hombre es un simple pensamiento del Ser, todo lo que le rodea es también la expresión de la manifestación psíquica del Ser. Así, cada hombre tiene el mismo grado de realidad que lo que le rodea, y por ello, a su nivel, el mundo es una realidad objetiva.

Que el mundo es una realidad objetiva para el hombre lo prueba el hecho de que tropezamos con las piedras inadvertidamente.

Es importante pues conservar el sentido de lo real a nivel de la acción y del pensamiento. Vivir, como vulgarmente se dice, con los pies en la tierra.

Pero por otra parte importa, al nivel de nuestra consciencia, percibir la irrealidad del mundo. Pues si el mundo es una realidad objetiva para nuestro cuerpo y nuestra mente, es una simple percepción subjetiva para nuestra consciencia. La cual no es otra cosa que la presencia en nosotros de la consciencia del Ser.

Las percepciones del mundo exterior suelen denominarse objetivas con relación a las percepciones del mundo interior llamadas subjetivas.

Esto es cierto para el hombre, pero para nuestra consciencia intemporal, que es nuestra verdadera naturaleza, las percepciones del mundo exterior y las percepciones del mundo interior, son ambas subjetivas. Forman un todo coherente que constituye el sueño de la vida individual.

Para la consciencia intemporal, que de una manera impersonal constituye lo que en realidad somos, nuestro nacimiento ha sido el comienzo confuso de un sueño, interrumpido durante los momentos de sueño profundo. Y este sueño acabará el día de nuestra muerte, integrándose en el inmenso sueño del universo. Del mismo modo, la vida post-morten, es el comienzo de otro sueño individual, constituyendo igualmente una fracción del gran sueño colectivo.

En el transcurso de la vida nocturna, mientras estamos sumergidos en un sueño, todo lo que nos sucede es percibido como real. Sólo cuando dejamos de soñar nos damos cuenta de que todo lo que no había acontecido en el sueño, no tenía verdadera realidad y que no era más que un producto de la mente. Del mismo modo, nuestro estado de vigilia es para la consciencia intemporal un simple sueño engendrado por el pensamiento del ser. En cambio este sueño de vigilia es una realidad para nuestro cuerpo, ya que también él forma parte de la misma ensoñación ontológica. El sueño de la existencia humana nos parece real porque nuestra consciencia está acaparada por ella y sumergida en ella. Existe un velo que el conocimiento metafísico debe correr y liberarnos de la ilusión existencial que nos hace tomar como real lo que al nivel de nuestra consciencia no son más que fantasías.

Somos presa de la gran alucinación existencial. De esto es de lo que tenemos que tomar consciencia.

Cuando nuestra consciencia conoce su verdadera naturaleza, reintegra el nivel que le es ontológicamente propio, entrando así en una vacuidad absoluta. Esta entrada, figurativa pues en realidad no hay desplazamiento espacial, en la vacuidad absoluta, constituye una salida del gran sueño del universo fenomenal.

Desde entonces, para la consciencia individual, el mundo deja de ser percibido como una realidad para convertirse en un sueño que atraviesa el campo de su percepción.

En esta realización interior hay cesación de la ilusión existencial, pero no cesación del sueño existencial.

Es posible soñar sabiendo que se trata de un sueño. Mucha gente ha hecho esa experiencia en el transcurso de la vida nocturna. Esto es el resultado de la mezcla de los estados de sueño y vigilia. Se trata de provocar el mismo fenómeno durante el estado de vigilia. Para percibir a la vez la vida humana y darse cuenta de que no es más que un sueño. Esta experiencia es el resultado de la mezcla del estado de consciencia de vigilia con el estado de consciencia ontológico.

Vivir la existencia como una realidad absoluta es encontrarse aprisionado en el universo como en el fondo de un pozo.

El fin está en vivir la vida humana a partir del punto de vista de nuestra verdadera naturaleza, y no de la aparente realidad humana. No se trata de huir o denigrar a la vida humana, sino de vivirla como un sueño que interrumpido cada noche vuelve a empezar cada mañana.

Es pues muy importante llegar a crear en nosotros la sensación de sueño.

Esto es, por otra parte, mucho más fácil de lo que generalmente se cree. Cuando mirando lo que nos rodea y percibiendo lo que acontece al hombre que mira, sentimos interiormente con fuerza variable, que todo lo que percibimos es un sueño, se produce entonces la revelación de la subjetividad existencial.

Esta sensación de sueño debe integrarse en nuestra vida para impregnarla de manera específica.

Para llegar a esto, en diferentes momentos del día, tomemos consciencia de estar sumergidos en un sueño.

En este dominio como en muchos otros, los resultados están unidos a la intensidad y regularidad de la práctica.

Hay que tomar consciencia de la ilusión fenomenal cada día, hasta que vuestra creencia en la realidad del mundo exterior disminuya. En esta disminución, llega la prueba del vacío. Todo se derrumba, nada tiene ya sentido.

Percibir, no concebir, que el mundo es un simple sueño, es desligarse de toda atadura, es perder todo interés por la fantasmagoría de lo cotidiano.

Comprenderéis que vuestros amores, vuestros intereses, no eran sino afecciones y curiosidades frente a un espejismo.

Viviréis la acidez disolvente de esta comprensión y sentiréis que todo está vacío, que no hay más que unos fantasmas coloreados que reposan sobre la nada.

El hombre y el mundo son algo irrisorio.

Llegados a este punto, no permanezcáis en él, desesperados o apáticos, uniros a la única Realidad, a la del Ser eterno e intemporal. Así, la disminución en la creencia de la realidad del mundo, irá acompañada de la percepción compensatoria del Ser Divino.

Dejaréis una falsa realidad para entrar en una realidad verdadera.

Después, poco a poco, reconciliaréis los dos aspectos del Ser. Os daréis cuenta de que el conocimiento del aspecto absoluto y no manifestado os libera de las cosas del mundo, pero no alienta al desinterés total por el aspecto relativo y manifestado.

La maravilla de la fantasmagoría existencial se revela así. Viviréis la vida humana sabiendo y sintiendo interiormente que se trata de un gran sueño en el que la realidad al nivel humano es relativa.

Gustaréis de las delicias y las tragedias de la existencia, permaneciendo siempre libres en la consciencia intemporal a la que nada alcanza, y que, más allá de todo, contempla apaciblemente el espectáculo del movimiento cósmico.

Quien tenga esta visión gozará de la paz, del desapego, y de la más alta alegría.