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NUEVO HOMBRE

Todo el mundo admite que no hay evolución espiritual sin transformación del individuo. Sin embargo dos puntos quedan por resolver: ¿Sobre qué criterios voy a edificar esta transformación, y qué medios voy a utilizar para realizarla?.

El criterio es generalmente bastante arbitrario. Un individuo piensa que es ésta o aquella la cualidad que es preciso cultivar, otro piensa diferentemente. Preguntad a vuestro alrededor y obtendréis diversas respuestas.

Muy a menudo el juicio está formado por una amalgama de diversas copias. En el curso de su formación cultural y religiosa, de sus lecturas, de sus discusiones, la persona extrae de aquí y allá, a merced de sus preferencias y de sus predisposiciones inconscientes, las nociones que le parecen válidas.

Independientemente de todo esto, existe la confrontación con la realidad cotidiana. Pues yo puedo cómodamente formular la lista de cualidades, cuyo desarrollo es, a mi parecer, sinónimo de progreso espiritual, pero desgraciadamente eso no cambia nada. Los buenos consejos apenas tienen influencia sobre mi personalidad. Las buenas intenciones tampoco, y si soy sincero conmigo mismo, constato que todos mis bellos pensamientos, todos los conocimientos y comprensiones que pueda acumular en el terreno espiritual, esotérico o iniciático no me cambian en años. Me quedo con toda mi mediocridad, toda mi avidez, todos mis egoísmos y mis ataduras...

¡Ciertamente, yo puedo dar el cambio! Puedo utilizar lo que he absorbido intelectualmente para jugar al “Maestro”, o al “discípulo”, o al “iniciado”, frente a aquellos que no tienen tanta erudición como yo.

Puedo, igualmente, engañarme a mí mismo, al hacerme una imagen interior aduladora, y gracias a ella verme como un ser espiritualmente avanzado.

Es un refugio. Una huida. Todavía soy un pobre tipo lleno de pasiones, de envidias, de ataduras, de egoísmos, de mezquindades, pero no lo veo ya. Por medio del esoterismo, el ocultismo, la filosofía, la tradición tal o cual, me refugio en una pequeña quimera dorada. Pongo a punto un mecanismo de compensación psicológica, gracias a la cual doy a los otros y a mí mismo una apariencia ventajosa.

¡Qué tristeza! Heme aquí, muy lejos de la árida lucidez que constituye la puerta del templo interior en el que se entra con la espalda doblada.

La lucidez es siempre humilde, pues la humildad mana de la objetividad.

El hombre es un monigote burlesco. Se hincha de orgullo. Se vuelve a veces agresivo. Si busca signos exteriores de superioridad, de poder o de sabiduría, es precisamente para impedir la percepción de su propia mediocridad.

Aquel que quiere caminar hacia el conocimiento espiritual debe detener esta huida inconsciente. Debe inclinarse sobre su mediocridad, medir toda la profundidad y analizar todas las características.

Esto no es agradable, es por esto que los falsos “iniciados” y los falsos “Maestros” pululan. Los falsos “iniciados” y los falsos “Maestros” son todos los que han querido adquirir las promesas de la iniciación sin morir en su pequeño ego. Ellos han añadido una super-estructura de apariencia espiritual que enmascara su mediocridad interior. Hay un gusano en el fruto.

Morir en sí mismo no es realizar una bonita y emotiva ceremonia ritual. No es tan fácil.

Morir en sí mismo es perder toda ilusión de sí mismo, abandonar toda imagen compensadora, verse tal y como se es en nuestra pequeñez.

Aquel que adquiere en su sujeto la dolorosa y purificadora lucidez necesaria, hace tabla rasa. Sanea su base. Alcanza la pobreza de espíritu. Pues aquel que ve al hombre tal y como es, con todos estos condicionamientos, estos automatismos, estas ideas recibidas, estos pequeños pensamientos rencorosos, avaros, sensuales, orgullosos y posesivos... Aquel que ve todo eso en su incansable repetición, comprende que somos todos pobres y miserables de espíritu.

Entonces, el misterio de las grandes iniciaciones secretas nos parece como una irrisoria tentativa de enmascarar esta realidad.

La multitud de procedimientos, de instituciones, de actividades por las cuales, en múltiples dominios, el hombre intenta darse un ilusorio “valor”, se imagina dar a su vida un “sentido”, todo eso se derrumba.

Desde entonces, es el fin de todas nuestras ilusiones profanas, sabemos lo que es el desapego.

Comenzamos a comprender que la verdadera iniciación es un ensanche de nuestra consciencia.

Comenzamos a constatar que alcanzando esta pobreza de espíritu, realizamos un primer paso sobre el sendero de la Luz. Estamos más lúcidos y más conscientes. Hemos abandonado la multitud de engaños interiores, a través de los cuales la personalidad intenta darse importancia. Somos más fuertes. Sabemos ahora lo que es el hombre. Vemos lo que es en su miserabilidad. Lo vemos en nosotros y alrededor de nosotros, y sabemos que eso no puede satisfacernos. Una energía nueva surge de nuestra profundidad. Queremos salir de esta cloaca.

Las ataduras y placeres que ayer buscábamos, nos parecen hoy viles y estúpidos. Se despegan en nosotros y caen como pieles muertas. Un ser nuevo surge en nosotros. Un ser que tiene sed de pureza y del Absoluto. Hemos pasado el portal. Nos hemos vuelto discípulos del Maestro interior. Del único Maestro que hay, es decir de la presencia de Dios en el hombre.

¿Cuál es el trabajo del discípulo?

Para llegar a ser discípulo hay que abandonar nuestro yo mundano. Para abandonar esto yo que “se cree” importante, que quiere “parecer” y “poseer”, es preciso tomar consciencia de lo que él es. Esta toma de consciencia es posible por la observación de sí mismo.

El trabajo del discípulo consiste en perseguir la disciplina de la observación.

Observarse en múltiples circunstancias, provoca en nosotros profundas transformaciones.

Andáis por la calle y observáis este hombre que anda. Entonces todo lo que es negativo en este hombre, quizá aparezca claramente: Su nerviosismo, su prisa estúpida, o quizá sus miradas cargadas de pensamientos sensuales, o bien sus vanos ensueños o incluso la infructuosa y mecánica resaca de pequeñas preocupaciones cotidianas, etc., etc...

Contra más claramente este conjunto de características aparezca en vosotros, más fuerza pierden y desaparecen poco a poco.

La observación es una toma de consciencia, y contra más vasta e intensa es nuestra consciencia, más es lo negativo que se esfuma.

La consciencia es una Luz, y contra más Luz haya menos tinieblas habrá. Entonces comprenderéis que la iniciación es un viaje que sale de las tinieblas y que va hacia la Luz.

Cuando camino y estoy absorto, cautivo y encerrado en mis preocupaciones o mis deseos, soy menos consciente que en el momento en que soy el observador de todo eso. Así, por medio de la observación voy de una consciencia menos intensa a una consciencia más intensa.

Y esto se puede constatar con la experiencia de la práctica.

Ello es igual para toda clase de circunstancia. Observando al hombre hablar revelo la mala fe, las malas intenciones, las presunciones, las mentiras... las revelo y poco a poco destruyo la raíz de las pulsaciones que provocan su aparición.

Lo negativo desaparece gracias a la observación asidua y regular mantenida durante años. Desaparece porque no puede soportar una consciencia más intensa. Es quemado por ella. Es consumido por la reacción de rechazo engendrada por la observación.

De la piedra al ANGEL, en toda la Creación, la evolución de las formas de vida se caracteriza por una escala que va de formas limitadas y embrionarias de consciencia a unas formas de consciencia amplias y universales.

El hombre es un ser de transición. Ensanchar su consciencia es pasar de un escalón a otro escalón.

Es suficiente tomar consciencia. No hay nada que molestar ni reprimir. Nos quitaremos poco a poco los vestidos demasiado estrechos para vestirnos con unos más amplios.

Abandonaremos todo lo que nos abandone. Seremos abandonados por todo lo que no pueda soportar la lucidez de nuestro mirar observador.

Será necesario no dejar ningún aspecto de nuestra vida apartado de nuestra toma de consciencia observadora.

Observaros en vuestra vida profesional, en vuestra vida sentimental, familiar, sexual, en vuestros ocios y vuestros trabajos, en vuestras ilusiones y vuestras palabras.

Y poco a poco, en el seno de los escombros del viejo hombre, se formará el nuevo hombre.

El nuevo hombre es aquel que no puede aceptar la mediocridad. Es ese mirar libre, independiente, generoso y puro que no excusa ninguna de vuestras debilidades ni de vuestras supercherías. Esa mirada que progresivamente os obliga a vivir diferentemente, a pensar diferentemente, a actuar diferentemente.

El viejo hombre y el hombre nuevo alternarán largo tiempo en vosotros.

Cada vez que dejéis de estar vigilantes, atentos, integralmente conscientes. Cada vez que volváis a caer en vuestros automatismos, vuestros deseos y vuestras preocupaciones, el hombre nuevo no estará más allí.

Será necesario que busquéis, acordaos de la exigencia de la vigilancia observadora y esto será un trabajo cotidiano.

Cada día se volverá el campo de batalla entre el viejo hombre y el hombre nuevo.

Así sabréis que habéis entrado en la Vía y que la iniciación comienza para vosotros. El camino hacia una transformación interior real y radical habrá comenzado. Sin embargo no os habréis adherido a ningún dogma, no habréis decidido las cualidades que es preciso cultivar en demanda de tal o cual teoría mental.

Os contentaréis con mirar, mirar más y más al hombre pensar y actuar. Y así bajo vuestra mirada el hombre se transformará...

El hombre nuevo nacerá en vosotros bajo el impacto de vuestra lucidez observadora. Este hombre nuevo manifestará exigencias crecientes sin cesar y será preciso trabajar para satisfacerlas. Habrá que realizar cotidianamente los esfuerzos necesarios para rechazar o abandonar todo lo que el hombre nuevo considere como vil e inferior. Será necesario realizar cotidianamente todos los esfuerzos necesarios para concretizar las aspiraciones bellas y nobles del hombre nuevo.

El nacimiento del hombre nuevo constituye el Sendero interior.