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Vivir como espíritu


En el simbolismo de los planetas, el cuerpo se corresponde con la tierra, el alma se corresponde con la luna y el espíritu con el sol. Este simbolismo es interesante, porque puede ayudaros a situar vuestro sentido de existencia en el nivel del espíritu.

La relación entre el cuerpo y la tierra es evidente. Ambos pertenecen a lo tangible. Enterrar a sus muertos, significa devolver los cuerpos a nuestra Madre Tierra. Esparcir las cenizas después de la cremación viene a ser lo mismo.

La luna, que se corresponde simbólicamente con el alma, recibe su luz del sol del espíritu. Un alma (superior e inferior) que no está sometida al espíritu, es un alma que no recibe la luz espiritual. Que no está impregnada y guiada por ella. Es un alma condenada a la noche oscura del materialismo. Para recibir la luz divina, el alma debe someterse al espíritu, del cual el intelecto es el espejo que capta esta luz. Someter el alma al espíritu constituye el primer objetivo de la disciplina espiritual (sâdhanâ).

Hay en el alma una codicia fundamental. Un deseo de recibir que no se dará jamás por satisfecho. Cuando vuestro sentido de la existencia se sitúa en el alma, deseáis más, siempre más y más. Pero el alma es como un pozo sin fondo. Es un barril perforado que no se puede llenar nunca. He aquí por qué ninguna plenitud duradera puede lograrse mediante la satisfacción de los deseos. Después de un deseo surge otro y luego otro y otro en una renovación perpetúa.

Debemos ser conscientes de este deseo de recibir siempre más y más  que mora en nuestra alma. Hay que tomar consciencia del egoísmo y del egocentrismo que la caracterizan y rechazar eso con asco. Toda la fealdad de este deseo insaciable de recibir, poseer, disfrutar, debe ser observada lúcidamente  con los ojos del espíritu. Cualquiera que haya visto la avidez fundamental que habita en el alma no podrá ya identificarse con ella.

Cuando vuestro sentido de existencia se sitúa en el nivel del espíritu, dejáis la noche oscura del alma y os encontráis inmersos en la belleza de la luz espiritual. Entonces entendéis el significado más profundo del simbolismo solar que se adhiere al espíritu. Porque el que se sitúa en el nivel del espíritu se siente existir como una luz radiante.

Entonces, lo que irradiáis, es una luz de amor y compasión. Miráis al mundo, miráis o pensáis en los seres vivos con amor y compasión. ¿No amáis por tal o cual motivo, sino por el placer de amar. Amáis porque amar es inherente a vuestra naturaleza. El amor es la luz del sol del espíritu.

Pasamos del amor afectivo al amor efectivo con el dar. Pero, de nuevo, el dar no se hace por obligación, o por una motivación de caridad. Lo mismo que por el amor, no se trata de dar por una u otra razón; no es cuestión de dar  porque sois generosos, lo que permitiría a un “ego altruista” de hincharse. Dais por gusto, dais porque está en vuestra naturaleza el hacerlo, dais porque no podéis remediarlo. El amor y el don son inherentes  a vuestra  realidad solar y conocéis el placer de sentiros ser como el sol que ilumina con su luz tanto los malos como los buenos.

Mientras que el alma está impregnada con el deseo de recibir, el espíritu manifiesta el deseo de dar. El espíritu es, en su propia naturaleza, generoso, luminoso. Reforzáis la presencia y el reino del espíritu en vosotros al dejar brotar en vuestro corazón el placer de dar.

Daros cuenta de que la irradiación luminosa, el amor y el dar se corresponden con vuestra naturaleza de espíritu. Siempre habéis sido así, y cuando no habéis vivido como tal, es porque las nubes del alma velaban vuestro sol interior.

El perdón no os concierne. El perdón es una necesidad en el nivel del alma. Es un bálsamo calmante y curativo que el espíritu debe aplicar sobre las heridas del alma. Pero vosotros, como espíritu, no tenéis por qué perdonar, ya que sois simplemente incapaces de odio o resentimiento.

Repitámoslo: esta naturaleza solar, no tenéis que hacer esfuerzos para conseguirla. Basta con elevar vuestro nivel de existencia y constatar, sin esfuerzo, que ya sois eso en el nivel del espíritu.

Así que, junto con la des-identificación respecto al alma y al cuerpo, debéis todos los días, en diferentes momentos y tan a menudo como sea posible, sentiros existir como espíritu irradiando amor.

Dos sensaciones os indican claramente que vivís el momento presente como espíritu. La primera es la de la altura. Sentís internamente que hay una distancia con respecto al cuerpo y a los pequeños deseos, miedos y resentimientos del alma. La segunda es la de la irradiación del amor, que se vuelve compasión en presencia del sufrimiento.

No hagáis ningún esfuerzo para distanciaros; conformaros con mirar con serenidad las manifestaciones del alma. Constataréis que, en vuestra mirada,  hay una distancia auténtica y natural.
No hagáis ningún esfuerzo por amar, o para tener motivos de amar. Amar por el placer de sentir vuestra irradiación amorosa difundirse en el mundo y sobre los seres que están a vuestro alrededor.