LA EXPANSIÓN DE LA PERSONALIDAD HUMANA
Ya hemos visto cómo podíamos llegar a darnos cuenta, con toda claridad, que no somos ni el cuerpo, ni la mente del hombre.
¿Quiere esto decir que el cuerpo y la mente del hombre, utilizados en este mismo instante, no tienen ninguna relación conmigo?.
Tal deducción sería totalmente falsa y errónea.
El cuerpo y la mente del hombre no son yo, en el sentido limitativo de esta acepción, pero son utilizados por mí. Son mi manifestación.
Confundir lo que yo soy con aquello en lo que me manifiesto, es lo absurdo. Una vez disipado este absurdo, aún queda otro por disipar: El desprecio por la manifestación.
En mi presente condición de existencia, el hombre constituye mi instrumento de percepción y de acción. Yo mismo, en mi propia naturaleza, no actúo nunca y permanezco eternamente inmóvil. Es el hombre quien, como manifestación individualizada de mi estático hecho de ser, actúa en el mundo de la manifestación universal. Sigue siendo él, en este mismo instante, el vehículo de percepción, gracias al cual, mi conciencia aprehende este mundo de la manifestación cósmica. Yo actúo en el nivel de mi manifestación temporal. Pero no actúo en el nivel de mi propia naturaleza, que es conciencia intemporal despojada de todo.
Yo poseo dos aspectos: El aspecto de mi Ser, y el aspecto de mi manifestación. En el aspecto de mi manifestación, yo soy el hombre, pero no me reduzco a ser el hombre, pues lo sobrepaso infinitamente en mi aspecto intemporal.
Conocer mi propia naturaleza constituye una gnosis indispensable. Pero el conocimiento de lo Intemporal, debe acompañarse de la comprensión de lo temporal. Si conozco lo intemporal sin haber comprendido lo temporal, voy a ir a refugiarme en lo intemporal. Refugiándome en lo intemporal, me voy a reducir a mi naturaleza propia, a mi simple hecho de Ser estático e impotente.
La manifestación del Ser, si es ignorante de la esencia del Ser, constituye una cárcel tenebrosa. Pero por el contrario, si la manifestación es consciente de su esencia intemporal, se convierte en su gloriosa extensión.
Así, la desidentificación iluminadora del hombre, debe acompañarse de la aceptación y de la realización del hombre, instrumento de la acción y de la percepción en lo temporal.
Por naturaleza yo soy intemporal, pero no me limito a lo intemporal. Conociendo lo intemporal, aprehendo en el hombre lo temporal.
La Creación no existe para que yo me aparte de ella, sino para que me integre en ella por medio de una participación voluntaria y que pueda realizar fragmentariamente las potencialidades evolutivas que contiene.
Doble es pues la tarea a realizar: debemos conocer nuestra naturaleza transcendente, y dejar al mismo tiempo que nuestra manifestación humana se expanda. La expansión de la personalidad humana presupone una recuperación del hombre al que se había abandonado en el proceso de desidentificación.
Esta recuperación del hombre no consiste en volver a encontrar el estado mental que tenía antes de la desidentificación, pues recuperar al hombre no es, en ningún caso, creerse o percibirse circunscrito en él. Esta recuperación del hombre se hace por medio de la siguiente constatación:
Yo soy el Ser Intemporal, al mismo tiempo que soy la personalidad humana, la cual es una extensión pasajera de mi eterna no-manifestación.
Al principio de la búsqueda espiritual, es necesario romper la identificación al yo humano y descubrir que nuestra realidad profunda y esencial no se sitúa en el hombre. Esto constituye una búsqueda de la esencia. Pero a la búsqueda de la esencia debe suceder, sin excluirla, la obra de transformación de la Sustancia.
El gnóstico que no busca escapar del mundo, se da cuenta de que el yo humano y el Ser Transcendente no se anulan entre sí.
Yo humano y Ser Transcendente es lo que somos nosotros. Nuestra realidad los engloba. Siendo el primero una manifestación limitada, condicionada y temporal, mientras que el segundo permanece en su ilimitada y eterna no manifestación.
Quien comprende esto y lo vive a su más alto nivel, puede decir “yo” al hablar del hombre sin hacer por eso muestras de ignorancia metafísica, como es el caso del profano. Pues si él incluye al hombre en su realidad, ha dejado en su experiencia limitar toda su realidad en el hombre.
Por lo tanto sabemos que nuestra verdadera naturaleza nuestra naturaleza profunda, nuestra esencia, es absolutamente independiente del cuerpo y de a personalidad humana. Sabemos que este cuerpo y esta personalidad humana no son de ninguna de las maneras nuestro límite. Si la toma de conciencia de nuestra esencia ha sido lo suficientemente profunda e intensa, dejamos de sentirnos encadenados y encerrados en el hombre. Todo esto está muy bien, pero qué vamos a hacer ahora con ese conocimiento transcendente. ¿Vamos a utilizarlo para rechazar al hombre y a la vida humana?. La tentación de las doctrinas que predican la huida de las agitaciones del mundo es fuerte. En efecto, es tentador tratar de permanecer el mayor tiempo posible en la exclusiva y silenciosa contemplación estática de lo Transcendente. Pero haciendo esto es poco probable que llevemos a cabo la finalidad de nuestra manifestación humana.
Es, y sigue siendo necesario constantemente, superar al hombre para conocer nuestra esencia. Esto es fundamental, pues si vivimos sin conocer nuestro origen, somos una manifestación ignorante de sus raíces. Pero es a través del conocimiento de nuestras raíces como podremos nutrir nuestra visión interior del néctar espiritual.

Parece claro que, si conocer la esencia es indispensable, comprender y expandir nuestra manifestación es igualmente necesario.
Nuestra esencia es la Conciencia eterna. Nuestra manifestación es el cuerpo humano con los sentimientos y los pensamientos que en él se expresan.
Mientras somos hombres, la base de nuestra manifestación no son ni los sentimientos ni los pensamientos, sino el cuerpo. El cuerpo que es la parte más exterior en relación a la esencia, es lo más importante en la manifestación. En la presente manifestación, el cuerpo es la base de todo. Sentimiento y pensamientos le están subordinados. Toda alteración del cuerpo repercute en ellos que sólo pueden expresarse aquí abajo con el permiso del cuerpo. Su inconsciencia interrumpe toda acción y expresión sentimental y psíquica. Su muerte es el fin de toda expresión material. Estas dos evidencias constatan la prioridad del cuerpo.
Esta prioridad está unida a nuestra condición humana. La muerte es un cambio de condición, y lo que caracteriza a la muerte es la pérdida del cuerpo físico. Con esta pérdida la condición humana llega a su fin. Otra condición no humana le sucederá, pero esta nueva condición será diferente y pertenecerá a otro plano de la manifestación cósmica, precisamente porque la base de la manifestación individual ya no será el cuerpo físico.
Por el conocimiento Transcendente tomamos conciencia de existir más allá del cuerpo, de los sentimientos y de los pensamientos. Por la realización de nuestra finalidad temporal, debemos vivir en primer lugar en el cuerpo, después en los sentimientos, y por últimos en los pensamientos.
El cuerpo debe ser el asiento y pilar que sostenga la realización de nuestra temporalidad humana. Si los cimientos están desatendidos, la casa no podrá tener solidez, pero si los cimientos no sostienen nada, son inútiles.
Por lo tanto debemos dar valor a la vida corporal.
Esto significa que tenemos que cuidar y desarrollar el cuerpo con amor.
El primer objetivo de un desarrollo humano integral reside en la búsqueda de la salud, de la fuerza y de la alegría corporal.
No despreciéis el cuerpo. ¡El cuerpo es el templo del espíritu!. Debe ser respetado, purificado y fortalecido. Debe estar ágil, vigoroso, con fuerza. Hay que aprender a vivir con el cuerpo, participar de sus alegrías. Haz que la luz desciende hasta él.
De manera práctica esto significa que es conveniente dedicarse a uno o varios métodos de desarrollo corporal. Es normal que la elección de dichos métodos se haga en función de la personalidad de cada uno. No es necesario convertirse en un experto. Es incluso desaconsejable el dedicar a la práctica corporal un tiempo excesivo. El fin no está en hacer exhibiciones, sino simplemente desarrollar el cuerpo. Por lo tanto será mucho mejor la diversificación, es decir la práctica de diferentes sistemas sin buscar nunca la especialización absorbente de un solo sistema.
Sin embargo, un desarrollo corporal que no se acompañe de un enriquecimiento constante del pensamiento, engendra una personalidad superficial, inestable, frívola o atormentada. Sin permitirle que os aprisione en sus estructuras, alimentad la mente para que aumente su fuerza y en profundidad. A lo largo de vuestra vida, desarrollar el gusto por el estudio y la comprensión que proporciona. Triple debe ser pues la cultura del hombre. Es necesario desarrollar el cuerpo, desarrollar los sentimientos y la sensibilidad, desarrollar el pensamiento. Es en la realización de esta triple cultura donde se encuentra la alegría la grandeza, el dominio, la expansión y la realización de la personalidad humana, fragmento de la Totalidad Cósmica.
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