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LA PERCEPCIÓN ONTOLOGICA

Cuando percibimos que nuestra identidad es la de la pura Consciencia; cuando los componentes materiales y psicológicos de la personalidad humana aparecen como simples percepciones pasajeras que atraviesan la superficie de nuestra consciencia inmaculada; cuando esto no es especulativamente aceptado, sino vivido al nivel intuitivo, entonces resulta posible para la consciencia la contemplación de las inmensidades de su propia gloria. Para ello la consciencia no debe conservar su atención fija en el hombre. Debe, paralelamente a la inevitable percepción del hombre y del mundo material que este hombre percibe, percibir la infinitud de su propia esencia. Es en esta percepción donde se sitúa la finalidad de toda metafísica.
Yo soy pura Consciencia. ¿Pero yo soy la pura Consciencia de qué?. No se trata de responder aplicando una creencia cualquiera. Debemos hacer la experiencia perceptiva de nuestra propia esencia.
Vamos a explicarlo con palabras, pero cada uno deberá utilizar estas palabras para llevar a cabo la investigación que sugieren. Cuando contemplo el mundo material, cuando contemplo los pensamientos y los sentimientos que pertenecen a la personalidad, cuando de esta forma contemplo globalmente todo lo que se manifiesta en el campo de mi consciencia, yo sé por experiencia interior directa que no soy ni el mundo, ni el cuerpo, ni la mente.
Lo sé, porque en mi contemplación puedo observar todo eso, mientras que yo me percibo como el sujeto que realiza la observación. ¿Quién es esa naturaleza que observa?. ¿Qué hay en último análisis de tras de las sensaciones, sentimientos y pensamientos?. Sólo queda la Consciencia. Esta consciencia vacía de contenido observa el espectáculo de pensamientos, sentimientos y sensaciones. Pero esta Consciencia vacía de contenido, es la consciencia, ¿de qué?.
Esta es la pregunta que nos debemos hacer. ¿Qué hay para aquel que percibe detrás de todo lo que es interior y exteriormente percibido?. ¿Qué hay?. Incluso si conoces la respuesta, hazte la pregunta de forma que surja una respuesta que no sea dialéctica sino perceptiva.
La Pura Consciencia, que es mi verdadera naturaleza, que es mi yo. Esta pura Consciencia que percibe al hombre y al mundo, es la pura Consciencia, ¿de qué?. Es la pura consciencia del Ser. Esto es una evidencia que debemos aprehender intuitivamente. En efecto, detrás de los pensamientos, en esta consciencia vacía de contenido, testigo silencioso de todos los contenidos, está el hecho de Ser. Esta consciencia es pues la Consciencia del Ser en Sí.
Así, debemos distinguir el Ser en sí, del existente. O en otras palabras, el Ser, de las manifestaciones del Ser.
Yo sé que existo. Puede que no preste mucha atención a la percepción de mi existencia, pero todo el mundo sabe consciente o inconscientemente que existe. Si estamos atentos, cada instante nos aporta la sorprendente confirmación de nuestra existencia. Esta percepción del yo es la percepción del Ser. Sentir “Yo soy”, es percibir el Ser. Pero a esta percepción del yo soy, se añade un conjunto de nociones que la recubren y disimulan: Yo soy esto o aquello, yo soy un hombre, yo soy un alma, etc. Las cualidades atributivas al yo, al Ser, son en realidad exteriores a él. La esencia del yo, que es el hecho de ser, está vacía de contenido, de atribución o calificación. Desidentificándome de las atribuciones y calificaciones falsamente atribuidas al Ser, me resulta posible distinguir claramente, en la experiencia cotidiana, el Ser en sí, de sus manifestaciones. El hombre y el mundo son manifestaciones de lo que existe. Son lo existente. Pero detrás de todas las manifestaciones que componen el universo, está el hecho único y común a todas las formas de existencia, el hecho de Ser. Este ser que es la raíz de mí mismo, como la raíz de todas las cosas. Debemos dirigir nuestra consciencia hacia su propia Esencia, es decir, hacia el Ser.
La noción de Ser no puede ser verdaderamente aprehendida sino es por nuestra intuición. La mente no es capaz. Ella puede conducirnos hasta el umbral de la intuición, pero llegados a este punto, debemos abandonarla. Dirijamos nuestra atención hacia el Ser, y por la intuición percibamos el Ser vacío de toda calificación, pues más allá de toda calificación podemos contemplar el Ser puro sobre el que nada puede ser dicho. Contemplemos este inefable e inconmensurable océano silencioso, subyacente a todo lo que existe, testigo de todos los universos. No hagamos de esto una concepción filosófica o una creencia. Lleguemos hasta la percepción del Ser universal. En esta percepción transcendente, todo lo que constituye la multitud de universos, se nos mostrará como la manifestación móvil del Ser único e inmutable.
Partiendo de la base de que todo lo que constituye el universo tiene en común el hecho de ser, lo que es una evidencia, contemplemos este principio del Ser común a todo lo que existe. Al contemplar este principio del Ser, contemplamos nuestra propia esencia, ya que nuestra pura consciencia es la consciencia del Ser. El hecho de Ser es único. La multiplicidad se sitúa al nivel de las manifestaciones existenciales. Yo soy, el árbol es, todo es, entre el árbol y yo hay grandes diferencias a nivel de la existencia, pero al nivel del Ser no hay ninguna. El árbol y yo mismo, participamos del hecho común de Ser. Pero este hecho de Ser, este Ser que tenemos en común, lo tenemos de una forma idéntica. Es imposible hacer la distinción entre el Ser de un árbol y el ser de un hombre. Es el mismo Ser, pues la noción de Ser es una noción vacía de calificaciones. Al estar vacía de calificaciones, el Ser es un hecho unívoco que no contiene ninguna clase de diferenciación. No se puede distinguir el Ser de un árbol de mi Ser, pues toda distinción implica la existencia de calificaciones específicas.
El Ser es universal, pues ningún pluralismo y ningún individualismo puede existir donde reina la ausencia total de toda cualidad particular. Esta ausencia no es una carencia, sino al contrario es el signo de una plenitud integral, pues toda calificación engendra una limitación. El Ser es plenitud perfecta, pues está más allá de toda cualidad particular. Él es universal, pues está más allá de toda posible individualización.
Así, mi esencia, el “Yo soy”, exento de cualificaciones y de caracterizaciones individuales, es indisociable del Ser. Yo soy el Ser. Mi esencia es la del Ser. Mi consciencia es la consciencia del Ser.
En el transcurso de la vida cotidiana, paralelamente a la percepción del mundo objetivo y subjetivo, seamos conscientes del eterno e infinito silencio del Ser. Raíz de nuestra existencia, raíz de todo lo que existe, el Ser en sí, el Ser omnipresente, es inmanente a todo, independiente de todas las formas de existencia, y transcendente a todas las manifestaciones del universo.  Que el Ser sea en lo cotidiano el objeto de nuestra contemplación. Que el fondo de nuestra consciencia se sumerja en la infinitud de esta suprema realidad. Dejemos que los pensamientos, los sentimientos y las sensaciones se manifiesten, pero no nos dejemos acaparar por ellos.
Mantengamos en nosotros una inalterable percepción del Ser en sí.
Tal es el fin de la realización espiritual, que se manifiesta por el Despertar de la Consciencia Transcendente.

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