LA TRANQUILIDAD DE ESPÍRITU
La gente vive con el espíritu
agitado. Esto es un hecho. Esta agitación es la pendiente por la que se desliza
todo el mundo en el contexto actual. Hay que actuar contra esta tendencia y
contra los condicionamientos que la imponen. Debemos luchar contra esta
corriente que quiere arrastrarnos.
El espíritu está agitado por la vida trepidante que llevamos. Una
vida hasta tal punto vertiginosa, que una cierta forma de agitación se ha
convertido en algo tan normal, que se está confundiendo con la tranquilidad, y
así, la agitación del espíritu sólo se hace perceptible para nuestros
contemporáneos en casos de extremo paroxismo.
Para comprender cómo podemos terminar con esta constante agitación
del espíritu, es necesario ante todo ver claramente en qué consiste esta
agitación en nuestra vida.
El espíritu está agitado por el trabajo, por las preocupaciones
horarias, por la utilización de nuestros medios de transporte, por el continuo
contacto con millones de personas, por la música y la radio que escuchamos, por
las conversaciones vacías, por la televisión y el cine, por el teléfono y las
visitas, por la excitación de los lugares llamados de “recreo”.
Lo primero es darnos
cuenta de que todo esto agita el espíritu. Observar en nuestra vida en qué
consiste esta agitación interior. Sentir el gran barullo mental que acompaña
generalmente a las actividades evocadas.
No está dentro de nuestra intención el proponer una clase de vida
exenta de toda agitación. Una existencia tal sólo podría darse en condiciones
de aislamiento y retiro. Habría que trabajar de pastor. Y por otra parte es una
forma exagerada de tranquilidad que no es otra cosa que pereza. La agitación de
espíritu que acompaña a las actividades profesionales, creadoras o lúdicas,
necesarias para nuestra realización, son necesarias e inevitables. Lo que
importa es eliminar las agitaciones verdaderamente inútiles, reservándose
regularmente momentos de no agitación, momentos de calma, durante los cuales
podamos sumergirnos en la Tranquilidad.
Nada más simple:
Basta con sentarse cómodamente, guardar silencio y contemplar lo
que nos rodea. Escuchar los ruidos familiares de la vida, dejando a nuestros
pensamientos ir y venir a su gusto sin ningún freno.
De esta forma permanecemos tranquilamente atentos, sin concentrar
nuestro espíritu en nada, dejándolo relajado.
Haciendo esto, gustamos la tranquilidad del instante. Los
problemas del momento quizás aún estén presentes, pero como filigranas,
mientras que el cuerpo y el espíritu conocen una bienhechora relajación.
Relajación y distracción han sido confundidas por una publicidad
abusiva. Llenamos nuestro tiempo libre de un montón de distracciones. Apenas
acabamos de llegar del trabajo y ya la televisión, los periódicos, la radio, el
cine, los invitados, los amigos... nos solicitan.
Está fuera de nuestra intención condenar las distracciones. Estas
son benéficas. Pero no deben invadir nuestra vida de forma que no nos quede un
solo momento para el descanso. En realidad hay mucha gente que ha terminado por
ignorar qué puede ser eso del descanso. Su vida ha quedado repartida entre las
actividades profesionales, las actividades domésticas, las actividades lúdicas
y el sueño.
Es de uso común decir y pensar que las distracciones son un
descanso. Esta afirmación no es más que un abuso del lenguaje. Las
distracciones ponen fin a un determinado tipo de tensiones, para reclamar otra
forma de tensión. Por medio de ellas, ciertos núcleos nerviosos que antes
estaban solicitados por el trabajo, quedan en reposo, pero no hay descanso en
sí. El verdadero descanso es una ausencia de actividad en el estado de vigilia,
y no una forma de actividad no motivada por la necesidad como en el caso de las
distracciones.
Para salir del círculo vicioso de las incesantes actividades,
tenemos que aprender a tranquilizarnos, y poder sentarse en silencio en
cualquier parte y degustar el instante que pasa.
Instaurar cada día momentos en los cuales dejemos al espíritu
estar tranquilo, constituye un arte de vivir. Este arte de vivir no desemboca
en la transcendencia, pero crea en el individuo las condiciones más favorables
para la percepción de lo transcendente.
Cómo en una vida totalmente agitada puede haber lugar para el
desarrollo metafísico de la conciencia...
Los momentos que reservemos a la tranquilidad impregnarán el
conjunto de la jornada. Terminarán incluso, con el tiempo, por dar a nuestra
actitud y a nuestra vida entera una tonalidad particular. Por el hecho de
apaciguar nuestro espíritu, nuestras actividades, incluso las más absorbentes,
se volverán poco a poco incapaces de alejarnos seriamente de las
inconmensurables profundidades del espíritu. El velo que la actividad teje por
el acaparamiento de nuestra mente, será siempre un velo ligero y fino, que en
todo momento nos será fácil de levantar para sentir las profundidades
impalpables del vacío consciente, que subyace a todo lo que se mueve.
Concluyendo: Para salir fácilmente de lo temporal y entrar en la
infinitud de lo intemporal, comenzar por tranquilizar vuestro espíritu. Para no
olvidar lo intemporal, perdiéndonos en el lado superficial de la existencia,
instaurar en cada uno de vuestros días, cortos períodos reservados a la
tranquilidad de espíritu.
Tal es la regla, cuya importancia práctica aparece a quienes la
llevan a cabo.
Comentarios
Publicar un comentario