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VIVIR SIN PRISAS

Saber que nada urge.
Saberlo y vivirlo, ¡qué gran cosa!.
Dejar que las virtualidades que están en nosotros salgan y se expresen apaciblemente.

Dejar que los trabajo se realicen...
Rechazar todo activismo. Dejar sin hacer todo lo que no sea profundamente y verdaderamente deseado hacer en el instante mismo.
Aplazarlo...
Lo haremos o no la haremos... más tarde... Todo lo que debe ser hecho lo será de una forma ineluctable en esta vida. Saberlo y no olvidarlo.
Las consecuencias de nuestro desinterés son la mayoría de las veces de poca importancia, si las contemplamos con una mirada filosófica.
Por supuesto, en determinados casos, debemos actuar a toda costa...
Pero lo importante es arrancar toda clase de prisa. Fuera de lo que es estrictamente obligatorio, no sobrecargarse con proyectos que ocupen todo el tiempo. Hay que reservarse jornadas enteras libres de toda organización, en las cuales, con el espíritu interiormente contemplativo, nos deslicemos en el espacio del día. Organizar, organizar, organizarlo todo, incluso el descanso es una de las enfermedades del siglo.
¿Qué has hecho hoy?.
Me he levantado tarde, he comido, y seguidamente he comunicado con el Universo, mirando tranquilamente delante de mí, sentado en un sillón. Sin ruidos, el milagro de la noche ha llegado...
Rica jornada. Rica y plena. Cuando corres de derecha a izquierda para comprar, llegar a la hora, prever y coordinar, para hacer en un día lo que exigiría ser realizado tranquilamente en pequeñas fracciones diarias, o sencillamente el no hacerse, pues de cuántas cosas inútiles está la vida atiborrada. Cuando actúas de esta forma, no sientes la pobreza y agitación de tu miserable existencia.
Una vida que se ha convertido en algo tan estúpido, que se enloquece por todo mientras que la mirada interior permanece fijada en el ombligo de la mente, la cual, a fuerza de estar encerrada sobre sí misma, se toma por el centro del mundo.
DEJATE PENETRAR POR LAS COSAS
DEJATE SOBREPASAR
DEJATE SUMERGIR
DEJATE EMPUJAR
PERMANECIENDO ATENTO Y LUCIDO
Desentiéndete, no preveas o prevé lo menos posible, y de todas formas considera toda previsión como una simple posibilidad. No hagas cuerpo con ellas, no te unas a ellas. Deja que las cosas se hagan. Deja que tu destino se realice. Déjate guiar por tu destino. No lo embarulles todo por falta de receptividad. Haz callar a la presuntuosa mente que todo lo sabe y todo lo organiza de antemano.
Discierne tu camino entre la confusión de los acontecimientos. No resistas. Olvida los proyectos preconcebidos, las esperanzas demasiado pronto formuladas. Déjate guiar. Escucha lo que en ti viene de lo más profundo y que contradice a veces las estructuras superficiales de la mente formuladora. Aprende a seguir con confianza las cálidas, profundas y oscuras corriente de lo informulado que aflora en ti, y buscan orientar o reorientar tu vida.
Es en la limpidez de la calma interior donde nuestras más profundas aspiraciones se vuelven discernibles.
Cuántos han arruinado sus vidas por no haber sabido identificarlas.
La excitación, la prisa continua, el flujo continuamente renovado de actividades secundarias, las preocupaciones, tan múltiples como fútiles... todo esto es lo que vuelve a tu vida sin profundidad, arrancándola de sus raíces.
Si no te es posible, a causa de tu inserción social, el ir integralmente en contra de la época y de la civilización, resérvate por lo menos jornadas y períodos para despreocuparte de lo superficial. Desciende poco a poco hacia lo que hay de más profundo en la personalidad y que contiene su predestinación existencial. Se puede ver claro en el fondo de uno mismo, cuando toda prisa y toda preocupación han sido arrojadas fuera. Entonces, en una calma que no es debilidad ni decaimiento, todo lo que debemos hacer en el presente nos aparece espontáneamente. Y esta revelación, venida de nosotros mismos, no maniata el futuro que permanece libre. Tan libre, gozoso y rico en posibilidades como el infinito mismo. Pues estando abiertos, estamos disponibles, y estando completamente disponibles, estamos integralmente vivos.
Así, en tu vida, deja que las cosas se hagan. Deja que te empujen por debajo de los riñones para incitarte a la acción. Entonces, pero solamente entonces, las cosas realizadas se convertirán en una alegría viva.
Deja de querer precederlo todo.
Aprende a caminar apaciblemente por los jardines de la vida.
Pequeñísima fracción minúscula perdida en el seno del inmenso cosmos, vienes del vacío y hacia el vacío irás. Eso es todo, y es una inmensidad. Esta vida se desarrolla sin tu consentimiento, con o sin tu ignorancia; toma conciencia de eso.
No hay nada importante que hacer. Pues incluso lo que los hombres juzgan importante, no es más que una brizna de paja. Basta con vivir, vivir de una forma verdadera y profunda. Entonces la vida se realizará en ti. Ella realizará las obras que tú llevas en germen. Ella hará florecer mil primaveras, y te otorgará mil descansos invernales. Sé para la naturaleza una tierra fértil y fecunda, y para ello vive según el ritmo profundo de los períodos cíclicos que contiene toda vida humana. Déjate llevar por las corrientes subyacentes que quieren hacerte llegar a nuevas riberas.
Deja a tu vida hacer. Todo lo que deba hacerse se hará. Tanto aquí como en el más allá, nada urge. Tenemos eternidades por delante de nosotros. Olvidarlo es caer en la angustia. Y para enmascarar esta angustia el torbellino del activismo nos propone su cebo ridículo.
No hay que querer hacer.
Hay que dejar que las cosas se hagan.
Apaciblemente y sin prisa, tu vida continua. Todas las vidas desembocan en el mismo fin. Para qué tanta prisa. La plenitud no está en el hacer, está en el vivir. La vida es acción, pero si la acción se sobrecarga, la vida pierde toda su transparencia.

Guarda, guarda la calma y la ausencia de prisa.

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