Translate

LA OBSERVACIÓN DEL CUERPO (2ª Parte)

Cuanto más observamos lo que llamamos “nuestro cuerpo”, más claramente se convierte él en el cuerpo y nosotros en el habitante. El cuerpo es la envoltura más rudimentaria que recubre lo que realmente somos. Insensiblemente, la observación de las actividades y de las sensaciones del cuerpo, refuerza el sentimiento de nuestra independencia con respecto a él. Es posible que muchas personas sepan que son independientes del cuerpo, pero no se trata de admitirlo intelectualmente, sino de sentir esta independencia en el seno de la vida cotidiana. Sólo después de una práctica asidua de la observación corporal, llegará un momento en el que podremos observar el cuerpo que sufre o que goza sin que nos influya profundamente. Y no por ello habremos llegado a un estado de insensibilidad. El sufrimiento y el gozo serán percibidos con la misma intensidad que antes. Nuestra percepción será la misma, sólo que antes nuestra conciencia se encontraba totalmente absorbida por las sensaciones, y ahora el trasfondo de nuestra conciencia permanece inalterable ante la avalancha de sensaciones cotidianas. Repitámoslo, no hay disminución de intensidad en el simple hecho de sentir que una parte de nosotros mismos, y precisamente la parte más profunda y la más secreta, permanece al margen del intolerable sufrimiento o del extraordinario gozo. Con esto se logra simplemente hacer al primero más aceptable y al segundo menos indispensable.
Este resultado no se produce de inmediato. A menudo son necesarios años. Ni tan siquiera deberíamos buscarlo voluntariamente, pues no tiene nada que ver con una especie de sugestión. Es una constatación a largo plazo. Poco a poco percibimos que cuanto más observamos el cuerpo, menos dependemos interiormente de él. Entonces el muro de la identificación se derrumba y llegamos a un conocimiento total, que impregna toda nuestra sensibilidad, de que no somos ese cuerpo.
No se trata de refugiarte en la ilusoria torre de marfil de una vida al margen de la realidad corporal. Vivimos a través del cuerpo, pero sabemos que es tan sólo un instrumento de expresión y percepción pasajeras. Yo no soy este cuerpo, yo no son este hombre que habla, que escribe, que come, que trabaja, que se despierta por la mañana y se duerme por la noche. Yo no soy nada de todo esto. Saberlo de verdad. Vivir cotidianamente este saber. Sentirse a través de múltiples actividades el observador del cuerpo y no el cuerpo mismo, es el primer paso fundamental en el camino de la gnosis.
Cuando sé por experiencia que yo no soy el cuerpo, el nacimiento y la muerte dejan de ser los estrechos límites temporales en los que me creía encerrado. Todo lo que vivimos en el seno de la vida material (o más bien, todo lo que le acontece a ese modo específico de percepción que ha comenzado con el nacimiento), concierne a la relación entre el cuerpo y lo que es percibido como mundo exterior.
Dejando de concebirme como un individuo biológico, percibiéndome como una realidad en la que la conciencia está momentáneamente presente en el seno de una individualidad biológica, dejo de estar prisionero en el mundo material. La muerte deja de ser percibida como mi fin, ya que no es más que la destrucción de este cuerpo que es utilizado por mí. El nacimiento tampoco es mi comienzo, sino el comienzo de las percepciones corporales.
Todo lo que le ocurra a este cuerpo a lo largo de esta vida, no constituye sino un conjunto de modalidades particulares en el seno de las percepciones que son mías. Si bien es cierto que ciertas percepciones son agradables para el cuerpo y que otras no lo son, esto no tiene una importancia primordial, ya que ninguna percepción constituye para mí un cambio de estado, sino simplemente un cambio de percepción. Si el cuerpo percibe dolor yo soy consciente de ese dolor, pero ese dolor no es más que un tipo de percepción particular. Puede incluso imponerse como percepción exclusiva, pero mi realidad permanece inafectada por ella. El dolor no es más que el espectáculo sensitivo que mi cuerpo le ofrece a mi conciencia.
El cuerpo tiene horror al dolor y trata de evitarlo, lo que es normal ya que está hecho para funcionar de esta forma. Pero este horror al dolor y este sufrimiento sólo le conciernen a él. Para mi conciencia el dolor no es ni un horror ni un sufrimiento, no es más que un tipo de percepción particular. Para la conciencia, todas las percepciones tienen el mismo valor. Mi conciencia no lamenta el dolor, de la misma forma que no busca el placer. Mi conciencia lo contempla todo. Dolores y placeres son diferentes modalidades del espectáculo, que perdería todo su interés si no hubiera en él un factor de modificación continuo.
Por el despertar de mi Conciencia observadora puedo simultáneamente percibir el cuerpo retorciéndose de dolor y sentir cómo el hombre no desea más que el cese inmediato de esa sensación, mientras que paralelamente, detrás, mi conciencia contempla, con un distanciamiento inmutable, los tormentos del cuerpo. Será entonces cuando comprenderé que mi verdadero ser no es este organismo torturado, sino esta conciencia serena y atenta. Comprenderé que todas las sensaciones son algo exterior a mí, pues este cuerpo forma parte del mundo exterior que temporalmente percibo. No es más que un elemento del mundo exterior. No soy yo, y mi independencia con respecto a él es total. Del mismo modo la vejez, las aventuras, los gustos y las alegrías del cuerpo sólo me conciernen al nivel de mis percepciones temporales, y no a nivel de mi realidad transcendente.
El cuerpo no es más que un pequeño aspecto de mi manifestación, y conforme vaya adquiriendo una independencia hacia él, gracias a la observación, la mortal ignorancia que consiste en tomarse por un cuerpo e imaginarse que nuestra realidad está unida a la del cuerpo, me parecerá la mayor incongruencia.

Comentarios