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LA OBSERVACIÓN DEL CUERPO

La observación constituye para el debutante la práctica de base. Existen diferentes objetos y diferentes grados de observación. La observación corporal consiste en dirigir nuestra atención sobre las actividades del cuerpo. Debemos entrenarnos en esta observación constantemente. Observar los gestos y las contracciones faciales mientras conversamos. Observar las reacciones fisiológicas durante diversos estados psicológicos característicos: Alegría, cólera, pena, contrariedad, impaciencia... No hay que dejarse absorber por los sentimientos en cuestión, sino prestar atención a las repercusiones corporales que engendra su presencia.
Escucharse hablar, no con complacencia, sino con una atenta lucidez.
Ser consciente de la respiración durante la realización de diversas actividades. Darse cuenta de las modificaciones del ritmo respiratorio en ciertos estados emotivos.
Percibir el trabajo interno de los músculos y articulaciones mientras caminamos o en cualquier otra actividad. Sentir la totalidad del cuerpo cuando estamos sentados o en posiciones de inmovilidad.
De una forma global, aprender a vivir con el cuerpo, observando en multitud de circunstancias sus reacciones y comportamientos.
No limitar las observaciones a ciertos momentos del día. Debemos hacerlo en todo momento, en cada circunstancia, incluso en las particularmente absorbentes o muy apasionadas. Es muy importante. Grandes resultados se desprenden de esta práctica.
El nerviosismo, la cólera, la impaciencia... están unidos a la falta de atención corporal. Al ser conscientes de las crispaciones físicas que las acompañan, nos damos cuenta de la ridiculez de dichas actitudes. Del mismo modo, tomar conciencia de gestos, posturas y mímicas que expresan una actitud, es darse cuenta de la absurdidad y de la ridiculez de dicha actitud. Tomar conciencia de los diferentes hábitos de la personalidad es igualmente ser capaz de liberarse de ellos, pues esta repetición mecánica no soporta la observación.
Todos los estados emotivos se manifiestan de una manera corporal. Observar la reacción corporal de una emoción es disminuir el impacto emotivo, pues cuanto más intensa es la observación, más débil es la huella que la emoción deja en nosotros. Aquí está la clave de un dominio de sí mismo sin ningún esfuerzo y sin ningún control.
Al tomar conciencia de las crispaciones corporales que acompañan a las emociones intensas, nos volvemos capaces de eliminarlas relajando las zonas musculares que inútilmente están en tensión.
Esto es válido para todas las emociones. Permanecer consciente del cuerpo es en definitiva dejar de estar encadenado y absorbido por las emociones.
El cuerpo y la mente se influencian recíprocamente. Modificar la actitud corporal es modificar la vida interior.
Observando las reacciones corporales en diferentes circunstancias, tomamos conciencia de ciertas cosas negativas, y la repetición de esta toma de conciencia lleva poco a poco  a la desaparición de eso que era negativo.
Es muy importante que esta desaparición se efectúe por sí misma, naturalmente, sin tener que hacer ningún esfuerzo por nuestra parte. Hay un escollo que conviene franquear correctamente, pues la observación puede ser utilizada para una acción de represión sistemática sobre aquello que se juzgue inútil o negativo. Esta forma de actuar es errónea, y deberíamos no caer en ella. Al actuar de esta forma reforzamos las estructuras del ego, lo inmovilizamos en un dominio de sí que, al contrario de cómo debería ser, será un dominio de sí rígido, intransigente y represor. Debemos contentarnos con observar, tomando distancia, de manera que seamos espectadores de las acciones y reacciones de la personalidad. Profundicemos e intensifiquemos nuestra observación hasta que aparezca el deseo de eliminar los aspectos negativos. La eliminación de lo negativo no debe ser vivida como un esfuerzo voluntario. Esto sería utilizar la represión. La eliminación de lo negativo deberá ser vivida como la liberación de algo desagradable. Debemos pues observar pasivamente hasta que una clara lucidez nos haga percibir el yugo de lo negativo. Esto constituye la primera etapa de la observación. La segunda etapa llega cuando, habiendo observado regularmente una manifestación negativa de la personalidad, sentimos el deseo de eliminar esta negatividad. Así, en esta etapa, rechazamos sin esfuerzos, sin crispaciones voluntarias y sin represiones, lo que se ha convertido para nosotros en algo desagradable.
Por medio de la observación, la personalidad se transforma sola. No es una actitud de fachada, es una transformación que viene de lo más profundo de nosotros mismos y que despierta ante la lucidez observadora.
Constatar que el simple hecho de observar engendra la desaparición o la modificación de ciertas cosas, y esto sin intervención de ningún esfuerzo voluntario, será para nosotros una profunda enseñanza. Constataremos que la consciencia tiene un poder transformador, y que lo negativo surge siempre de una forma cualquiera de inconsciencia.

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