LA OBSERVACIÓN DE LOS PENSAMIENTOS
En momentos de tranquilidad y después, con la fluidez que da la práctica, podremos observar en diversas ocupaciones cotidianas, los pensamientos. Para observarlos basta con una mirada mental, con tomar consciencia de su desarrollo, de su aparición, de su encadenamiento y de cómo se suceden unos a otros.
De esta forma dejaremos de identificarnos con los pensamientos. Nos daremos cuenta de que no son más que simple contenidos evanescentes, y de que era absurdo creer que nosotros éramos eso. Los pensamientos serán entonces como una especie de neblina movediza que se agita delante de nuestra consciencia. Al principio quizás nos sorprenda e incluso nos horrorice la naturaleza de ciertos pensamientos. Nuestra introspección nos revelará pensamientos que permanecían inconscientes o semiinconscientes. No debemos tratar de eliminar los que nos parezcan desagradables. Al contrario, observemos detenidamente los pensamientos negativos que aparecen en el campo de nuestra consciencia. ¿Por qué íbamos a expulsarlos?. Es característico que al entablar una lucha contra ellos no hagamos sino reforzarlos, ya que al sentirse atacados opondrán una fuerza suplementaria. Dejemos que pueblen nuestra mente. Lo que en ella haya entrado, ya saldrá. Pues en la mente nada es estable. Lo importante es el sentirse independiente de su manifestación. Observémosles como lo haría un espectador ajeno. Dejando de identificarnos con ellos, les retiramos toda influencia. Es al confundirlos con nosotros mismos cuando les otorgamos el poder que tienen sobre nosotros. Al denunciar por la observación la falsedad de esta identificación, cambiamos los papeles y, dejando de estar manejados por los pensamientos, poco a poco aprendemos a dirigirlos. Los pensamientos son útiles en su dominio, son herramientas que conviene cuidar, pulir y fortalecer, pero siempre guardando su sitio, sin dejar de ser otra cosa que objetos psíquicos que pueblan la mente. Sería absurdo identificarnos con los muebles que tenemos en casa y decir al mirarlos: Yo soy eso. Igual de absurdo es identificarse con los pensamientos que cruzan el campo de nuestra conciencia. Esto es lo que la experiencia de la observación nos revela.
Cuando dejamos de identificarnos con los pensamientos, conocemos una gran liberación en el seno de la vida cotidiana. ¡Cuántos brotes de orgullo habían engendrado ésta o aquélla idea!. ¡Cuántos pensamientos habíamos considerado de una importancia y una solemnidad extremas!. Todo esto nos parece ahora vano. Los pensamientos continúan teniendo valor e interés, pero ninguno merece la importancia que les atribuíamos antes. Este interés excesivo viene del hecho de considerarlos como la parte más íntima de nosotros mismos. Al borrar este error, constatamos que no somos los pensamientos. Somos la silenciosa y atenta consciencia que se encuentra detrás. Y así, progresivamente, nos independizamos de los pensamientos que pueblan nuestro espíritu.
Nos hemos liberado de lo que nos encadenaba al muro de los pensamientos. Esta liberación nos lleva al umbral mismo de nuestra verdadera naturaleza, la cual permanece inmutable detrás de todas las manifestaciones fenomenales tanto del mundo interior como del exterior.
Lo primero que constatamos al observar los pensamientos, es una toma de consciencia de su naturaleza. La segunda, que es el fruto de una práctica regular, es una mitigación en sus manifestaciones. Sin haber hecho ningún esfuerzo, ciertos pensamientos negativos o desordenados, desaparecen, ya que no pueden soportar la luz de la toma de consciencia provocada por la observación. La tercera característica es la más importante: Es la transformación de nuestra actitud con relación a los pensamientos.
La observación de los pensamientos debe realizarse cada día en diferentes momentos. Es mejor que las tomas de conciencia sean muchas y breves que pocas y prolongadas. Debemos llevar a cabo esta observación con suficiente regularidad e intensidad, para que impregne toda nuestra vida. Insensiblemente se desarrollará en el fondo de nuestra consciencia una zona que, incluso cuando no busquemos voluntariamente el observar los pensamientos, permanecerá fuera de los procesos de la mente, en una actitud de inmutabilidad y de silencio atento. Emanciparse de los pensamientos es emanciparse del mundo.
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